Les confieso que últimamente llevo
mal eso del paso del tiempo en mis carnes morenas y esa manía del ser humano de
cumplir años, uno detrás de otro sin solución de continuidad. Pero, en fin, qué
se le va a hacer. Ya se sabe que cada uno se contenta con lo que puede. Algunos
haciendo suya esa frase que acuñara Adolfo Domínguez que alude a la belleza de
la arruga, y otros ocultando su verdadera edad a los demás (sobre todo el
Facebook, que vaya con algunos y algunas). Los hay también que hacen un pacto
diabólico con alguna clínica dermoestética alisando la piel, poniendo o
quitando cosas de allí o de allá hasta llegar, en ocasiones, a rozar el
ridículo (ahí tienen a Carmen de Mairena que da miedo verla, por Dios…). Todos,
en uno u otro momento, caemos en la tentación de engañar al calendario. Pero,
como suele ocurrir, hay días y días. Y les cuento.
Fue el pasado lunes. Parece
como si todos los astros se hubiesen alineado ese día para recordarme lo rápido
que pasa el tiempo y cómo éste se ceba en mi persona. Y la primera, en la
frente. Fue al despertarme. Era el primer día de la semana. El día anterior
había trasnochado demasiado. Como cada mañana me dirigí al cuarto de baño. Y
allí estaba yo, frente un espejo chivato que me devolvía con crueldad los
efectos de una insomne noche en mi cara. El despeinado de mi pelo, las evidentes
ojeras y una barba de tres días aumentaba mi sensación de estar frente a la reencarnación
del abuelo de Heidi ¿Quién es ese que se asoma frente a mí? En fin, pensé, una
ducha y todo arreglado… o casi. Creí que todo acababa ahí, pero no fue así. Ya
en el coche y camino del cole, hice un comentario a mi hijo sobre el vaquero
hecho jirones que llevaba, tan largo que casi se lo pisaba. Su respuesta aludió
a eso de que papá estás ya muy mayor, no entiendes y eres un antiguo. Me callé
para no meter más la pata. Al llegar a mi trabajo, en el ascensor, un vecino
que dice que estoy más gordito aunque, en un intento de arreglarlo, dijo que
eso de la tripita era normal en “alguien de mi edad”.
A mediodía, al salir, un joven en la calle me
llamó de usted para preguntarme la hora, y por la tarde el peluquero me
preguntó si quería ocultar mis canas con un líquido que era lo último en
cosmética capilar para disimular el blanco de mi cabello de madurito
interesante. Menos mal que el día acabó. Pero llegarán otros. Y mañana seré un
día mayor. En fin, siempre podré decir eso de que lo importante es llegar a
esta edad, o que así es la vida, o que la experiencia es un grado (aunque siempre
habrá quien te diga que esa expresión es de cuando se hacía la mili, que yo la
hice, en la Marina para más señas). Pero el que tuvo… retuvo, como diría el
otro. Y aquí está el tío. Un “madurito
interesante” ¿O no? Y es que cada uno se contenta con lo que puede.
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