jueves, 15 de octubre de 2015

LA NOTICIA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 15/10/2015)
Se lo dijo de sopetón, mirándolo a la cara, sin contemplaciones, sin apenas mostrar sentimiento. Tragó saliva y un sudor frío recorrió su cuerpo. Se quedó inmóvil, mirándolo fijamente, sin hablar, sin creerse aún lo que acababa de escuchar. En su rostro asomó una sonrisa, máscara de una angustia intensa. Ni siquiera pidió que le repitiera la noticia. Él, en su interior, lo sabía. Su cuerpo le había dado suficientes señales en estos últimos meses, aunque él no quería o quizá no deseaba descifrarlas. Salió con las pruebas bajo el brazo y con el alma desconcertada. Miró su coche aparcado, pero no se dirigió a él. Quería andar, pensar, digerir caminando la noticia que acababa de recibir. Pero no reaccionaba. Y además -menuda paradoja- sabía porqué. Pensó que era consciente de que aún no era consciente de la situación. Veía sin mirar, caminaba sin rumbo fijo, con tristeza en los ojos. Quería llorar, gritar, soltar lo que llevaba dentro, pero pensó que tal vez ocurría como cuando muere alguien cercano, que se activa un mecanismo de defensa que impide la aceptación de lo ocurrido. Pasó horas deambulando por las calles. Jerez se le hacía cada vez más pequeño. Se ahogaba entre sus edificios, entre sus calles y plazas. Esas que antes miraba con pasión imaginando épocas pasadas. De repente, casi sin darse cuenta, se encontró frente a su casa. Miró el edificio e imaginó a sus hijos a punto de irse a la cama, a su mujer preparando la cena, el esperado partido del siglo en el televisor de plasma. Pensó en esa rutina a la que antes no daba valor pero que ahora se le presentaba tan  maravillosa que, por sí sola, daba sentido a toda su vida.

Cerró los ojos y en su cabeza volvieron a resonar hirientes las palabras del médico: “Un año. Año y medio quizás. Lo siento”. No podía ser. Era demasiado joven y la vida demasiado maravillosa como para bajarse en marcha. Cuántas veces dijo hasta aquí hemos llegado. Cuántas abjuró del absurdo vicio. Cuántas mañanas se prometió que ese día era el último. Desde los 15 fumando sin parar, una cajetilla tras otra, un cigarro tras otro y ahora, 30 años después, la puta nicotina dejaba asomar su faz más horrenda. Unos pulmones destrozados. Un cuerpo para el arrastre. Y allí estaba frente a su casa. A punto de dar la peor noticia que se le puede dar a una familia. Y entonces reaccionó. Inspiró hondo, sacó fuerzas de flaqueza y dando un puñetazo al aire se prometió luchar, pelear. Qué coño ¿Rendirse? 

De eso nada. Tengo que dar la cara, enfrentarme a la enfermedad. Subió los escalones de dos en dos y entró en casa. Habló con su familia que le ofreció su apoyo. Se sentó en su sillón preferido, abrió una lata de cerveza y se dispuso a ver el partido del siglo mientras saboreaba esa rutina maravillosa, ese día a día que a veces no valoramos... quizá porque no nos falta…
 

(Dedicado a un buen amigo que le sigue echando huevos a la vida). 

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