(Artículo publicado en Viva Jerez el 22.1.2015)
Podía ser en Las Torres, en
la Coronación, La Granja, las Viñas o cualquiera de las barriadas del
extrarradio de Jerez. Allá por finales de los años 60 y principios de los 70
tener un pisito en propiedad, con su ascensor, su baño propio y con dos o más
habitaciones suponía un lujo al que muchos jerezanos accedieron dejándose el
sudor y la piel en el trabajo y firmando hipotecas de hasta 20 o 30 años. Todo
fuera por ganar en lo que ya entonces comenzaba a denominarse “calidad de
vida”. Atrás quedaban las casas de vecinos de San Mateo, Santiago o San Miguel,
los retretes y cocinas comunes, las goteras, las estrecheces de habitaciones en
las que dormían tres o cuatro hermanos en dos literas. En paralelo vendrían el
600 para ir a la playa y de paso pasear a la suegra, las tarjetas de crédito,
la universidad para los críos, la tele en color... Eran tiempos de transición
política. Y económica. España comenzaba a despegar tras años en blanco y negro.
Y Jerez no se quedaba atrás. La abejita de Rumasa alzaba el vuelo y suscitaba
esperanzas, la Caja de Ahorros de Jerez abría sucursales a diestro y siniestro…
Y en las barriadas se crearon verdaderas ciudades autónomas, con sus tiendas de
zapatos, de fruta, de ropa… con sus farmacias y estancos. Y la gente dejó de ir
al centro. Alguna vez al banco, a pagar la luz o a la plaza de Abastos... O en
Semana Santa y en la Cabalgata de Reyes Magos. “Voy a Jerez” decían los vecinos
de La Granja que aún no tenía la Avenida de Europa. Es la modernidad, se decía
entonces, sin ver que la otra cara de la moneda: el centro, ese centro
intramuros, comenzaba a despoblarse cada vez más. Ya nadie encalaba las
antiguas casas de vecinos. Las bodegas cerraban sus puertas y se trasladaba a
la Circunvalación. No olía a vino ni a vinagre por las calles del viejo Jerez.
Y no se oía a los niños correr en las plazoletas. Cerraban droguerías,
ultramarinos y ferreterías. Era finales de los 70 y Pacheco llegaba al
Ayuntamiento. Y pese a quien le pese, se inició la gran transformación de
Jerez. Llegaron Hipercor y el Circuito. Más barriadas en la periferia, los
unifamiliares, las grandes avenidas y rotondas. Pero el centro seguía muriendo,
igual que los mayores que se habían resistido a abandonarlo. “Eso es cosa de
los jóvenes” decían.
Es verdad que surgieron ideas, como el Plan Especial de
Reforma Interior del Casco Histórico, los nuevos aparcamientos subterráneos del
Arenal, la Alameda Vieja o Esteve, la peatonalización de la calle Larga, el
traslado del edificio del Ayuntamiento de Madre de Dios a Consistorio, la
inauguración del Museo Arqueológico en San Mateo, la rehabilitación para
viviendas de palacios antiguos en el centro… Pero los resultados no fueron los
esperados. Y hoy, muchas calles y plazas del viejo Jerez parecen escenarios de
guerra, con fachadas heridas de muerte y solares con jaramagos. Con carteles
quemados por el sol que anuncian rehabilitaciones imposibles o promociones
irrealizables. Y lo peor es que nadie pone remedio. O no sabe cómo hacerlo. O
no quiere. Vaya usted a saber…
No te falta razón... soy un joven al que le hubiera gustado disfrutar de ese Jerez con olor a vino por cada callejuela del centro, pero solo porque los tiempos cambien no tiene que ser un motivo para olvidarnos de nuestras tradiciones que nos hicieron ser la ciudad grande que somos ahora.
ResponderEliminarOjala mis hijos puedan disfrutar de ese centro ahora perdido como disfrutaron mis abuelos.
Un saludo.