(Artículo publicado en Viva Jerez el 8/9/2011)
Era una figura pequeña, un sucedáneo de porcelana de Lladró.
Representaba a una linda pastorcilla que sostenía entre sus brazos una cestita de
fruta. Y allí estaba ahora. En el suelo, hecha añicos. Un dedito por aquí, un
trocito de pera por allá… Alcé la vista y miré a mi alrededor. No había nadie. Seguro
que en unos segundos aparecería uno de los chinos, de esos que hacen ronda por
los pasillos, y descubriría el hecho. Así que, con disimulo, hice mutis por el
foro mientras apartaba con el pie los trocitos que pude. Caí en la cuenta que
una de las cámaras podría haber captado la caída de la figurita al suelo. Iba algo
despistado cuando resbalé con una bolsa de plástico y mi mano golpeó a la
pastorcilla. Puede que esté grabado y me esperen en la puerta para pedirme
explicaciones.
Dejo atrás el pasillo en cuestión y al doblar la esquina me doy
de bruces con un joven de color (amarillo, se entiende). ¡Lo sabe!. Lo noto en
sus ojos achinados que me miran fijamente mientras paso a su lado. Empiezo a
sudar. Me entretengo mirando los deuvedés de un sucedáneo de Bruce Lee que se
venden a un euro con quince. Pero mis ojos no están fijos en el chino karateca
de la carátula, sino en el que me ha seguido y que se mantiene a pocos metros
detrás de mí. No me quita ojo el tío. Siempre puedo decir que la bolsa con la
que resbalé no debía estar allí y que la culpa es de la tienda. Incluso, si la
grabación de la cámara no es nítida puedo decir que no soy yo y que esa no es
una prueba fiable del delito. Parece que el chino ha desaparecido. Doy un par
de vueltas más y me marcho. Mientras camino por los pasillos me doy cuenta que cogido
un dvd del sucedáneo de Bruce Lee bajo el sugerente título de “La maldición del Dragón Thai Fei”. De
repente, en un espejo al final del pasillo, observo cómo a el chino me sigue.
No paro y sin darme cuenta observo que he vuelto al lugar del suceso. Lo noto
porque mi pie aplasta uno de los pocos trocitos de porcelana que quedaban por
el suelo. Trago saliva.
¿Quién me mandaría a mi entrar en esa tienda de los
chinos?. Sí, a veces lo hago y siempre compro algo (una docena de sucedáneos de
bolígrafos bic a un euro, una llave inglesa a dos, un sucedáneo de loctite). No
puedo más. La culpa me persigue…y el chino también. Debo afrontar la situación
y reconocer mi error. Me dirijo a caja. La chica de ojos achinados pasa por el
lector el dvd y me indica con el dedo los cuatro euros que marca la máquina,
mientras “creo” que guiña su ojo (es difícil saberlo cuando están casi
cerrados…). Sin embargo, en la carátula aparece un euro con quince. ¿Me habrá
cobrado la figurita?. ¿Me habrá guiñado por eso?. ¡Qué listos estos chinos!. Así
les va. No me ponen en el compromiso y ellos se cobran la figurita. En fin, todos
contentos. Ya en la puerta, me giro y veo al chino sonriente saludándome con la
mano. A ver si, por lo menos, la maldición del Dragon Thai Fei no es un bodrio
de peli, aunque les confieso que no tengo muchas esperanzas…
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