Abrí la última caja. Había libros, apuntes, discos y un sinfín de recuerdos que me había traído de casa de mi padre veinte años después de marcharme de casa y que contenían parte de la esencia de mi niñez y juventud. En ellas me reencontré con mi colección de libros de “Los Cinco”, con las revistas “Don Miki” y “SuperPop”, con el álbum de la Liga 77/78, mi colección de llaveros, el poster de AC/DC y una docena de singles. Muchos recuerdos al volver a ver “The Wall” de Pink Floid, “Perdido en mi habitación” de Mecano y… “Gloria” de Umberto Tozzi. Ahí paré. Cuando tuve entre mis manos ese disco mi sonrisa mudó en vergüenza. Era enero de 1980. En esa época era un joven inquieto, ávido de sensaciones, que estudiaba bachillerato. La compra de un libro me llevó al centro, en concreto, a Simago. En su día fue el primero que instaló una escalera mecánica, y muchos lo recuerdan como el primer hipermercado de la ciudad. En fin, que vagando por los pasillos me encontré en la sección de discos. Por entonces Umberto Tozzi era un ídolo con títulos como “Te amo” o “Tu”, y ahora media Europa cantaba “Gloria”.
Y allí estaba yo, sin un duro y con una carpeta con fotos de cantantes y futbolistas. Y lo pensé. Había poca gente. Entonces no había cámaras de vigilancia ni dispositivos que pitan si no pasas por caja. Miré a ambos lados. Comencé a sudar y a ponerme nervioso. El angelito de mi hombro derecho me recordó el séptimo mandamiento. El diablillo de mi siniestra, sin embargo, me empujaba al hurto. Alargué la mano y cogí el single. De repente, una señora se paró a mi lado en la sección de zarzuela. Eso me dio tiempo para pensar lo que estaba a punto de hacer. Tras un par de minutos volví a encontrarme solo. Transpiraba adrenalina por todos mis poros. ¿Y si alguien te ve?, me susurró al oído el angelito. ¡Qué vergüenza!, pensé. Se lo dirían a mis padres... El diablillo reaccionó rápidamente, y, en un abrir y cerrar de ojos, me empujó a meter el single entre los apuntes de mates y lengua. Ya está hecho, pensé. Miré a mi alrededor. Un sentimiento de culpa me invadió de repente. ¿Qué he hecho?. Sudaba a chorros. El corazón estaba a punto de salir por la boca.
Ahora debo irme. Lo hice despacio. Ya estaba en la Doña Blanca y, sin mirar atrás, me dirigí rápido a Esteve para coger el autobús. No quiero recordar los improperios que lanzaba a mi oído el diablillo de mi conciencia. Tardé días en escuchar el single en mi tocadiscos y meses en olvidar un pecado que, convenientemente narré al cura al día siguiente. Y ahora, treinta años después, Umberto, en la portada, me miraba fijamente recordándome el robo que cometí. He pensado en devolver el disco o el dinero a Simago, pero en su lugar hay ahora un Carrefour Express. Mientras, en mi hombro izquierdo, el diablillo, apelando a mi conciencia, me obliga a escribir estas líneas en el ordenador mientras sonríe socarronamente canturreando eso de Gloria, Gloria…
Y allí estaba yo, sin un duro y con una carpeta con fotos de cantantes y futbolistas. Y lo pensé. Había poca gente. Entonces no había cámaras de vigilancia ni dispositivos que pitan si no pasas por caja. Miré a ambos lados. Comencé a sudar y a ponerme nervioso. El angelito de mi hombro derecho me recordó el séptimo mandamiento. El diablillo de mi siniestra, sin embargo, me empujaba al hurto. Alargué la mano y cogí el single. De repente, una señora se paró a mi lado en la sección de zarzuela. Eso me dio tiempo para pensar lo que estaba a punto de hacer. Tras un par de minutos volví a encontrarme solo. Transpiraba adrenalina por todos mis poros. ¿Y si alguien te ve?, me susurró al oído el angelito. ¡Qué vergüenza!, pensé. Se lo dirían a mis padres... El diablillo reaccionó rápidamente, y, en un abrir y cerrar de ojos, me empujó a meter el single entre los apuntes de mates y lengua. Ya está hecho, pensé. Miré a mi alrededor. Un sentimiento de culpa me invadió de repente. ¿Qué he hecho?. Sudaba a chorros. El corazón estaba a punto de salir por la boca.
Ahora debo irme. Lo hice despacio. Ya estaba en la Doña Blanca y, sin mirar atrás, me dirigí rápido a Esteve para coger el autobús. No quiero recordar los improperios que lanzaba a mi oído el diablillo de mi conciencia. Tardé días en escuchar el single en mi tocadiscos y meses en olvidar un pecado que, convenientemente narré al cura al día siguiente. Y ahora, treinta años después, Umberto, en la portada, me miraba fijamente recordándome el robo que cometí. He pensado en devolver el disco o el dinero a Simago, pero en su lugar hay ahora un Carrefour Express. Mientras, en mi hombro izquierdo, el diablillo, apelando a mi conciencia, me obliga a escribir estas líneas en el ordenador mientras sonríe socarronamente canturreando eso de Gloria, Gloria…
¿Que te pareceria narrar como se siente uno cuando se pone el primer pico o lo bien que se siente un asesino cuando mata?
ResponderEliminarSi, no es lo mismo, pero creo que ambos tienen la misma falta de etica y no de moralinas de angelitos y diablillos.
Recuerda que un pequeño detalle dice mucho de una persona.
Y los que se jactan de sus faltas todos sabemos como se les llaman.