UN MOSTO EN LA VIÑA
(Artículo publicado en Viva Jerez el 11/11/2010)
¡Hasta la colcha!. Gente a más no poder. Casi no había donde aparcar, de coches que había. Bien es cierto que era domingo, que eran las tres de la tarde, que lucía el sol, que era principios de noviembre y que el mosto ya comenzaba a estar bueno, por aquello del frío. Para colmo, escucha a tu mujer decirte eso de que mira la hora que es, que ya te lo advertí, que teníamos que haber llegado antes, que tú siempre lo dejas todo para el final… En fin, que después de cuatro vueltas, consigo aparcar y me dirijo a la viña que está a reventar.
Todas las mesas ocupadas, las de dentro y las que les da el solecito. Familias enteras con los niños, los suegros y los tíos abuelos se agolpan entre jarras de mosto y cerveza, rábanos, aceitunitas aliñás, embutidos variados y platos de berza y ajo caliente con cucharás y paso atrás y vamos que nos vamos. Camareros que entran y salen aguantando con heroicidad la tiza en la oreja y la libreta colgada a la cintura. Mucho jaleo… que se note que somos andaluces. Papá me hago pipí. Juan pide otra jarra de mosto que ésta ya está vacía. Niño, deja ya la PSP y ponte a darle patás al balón a ver si nos sacas de pobre. Pepe ya te has manchao la camisa con el menudo y la voy a tener que lavar a mano, que siempre te pasa lo mismo. En fin, lo que es un mosto en noviembre. Una hora estuvimos de pie en la barra, esperando mesa para dos, con una cerveza, un vasito de mosto y un platito ovalado con cinco aceitunas. ¡Jefe, otro mosto para ir haciendo cuerpo y pégale una pataita al olivo, que ya le vale…!. De fondo, la cantinela de ya te lo dije, que teníamos que haber venido antes, y vuelta la burra al trigo. Por fin, una mesa… en medio de todas las mesas. Conseguí, como pude, entrar de perfil y sentarme. Pero cada vez que la obesa señora que tenía a mi espalda se movía me arrinconaba y me dejaba sin respiración apretándome la tripa a la mesa. ¿Qué desean los señores?. Una jarrita de mosto, una sin alcohol y un platito de chorizo, morcón, morcillita, quesito del bueno, y ahora te pedimos la comida.
Otra media hora más y el camarero pasando de un lado a otro y sin noticias del mosto, la cerveza, el chorizo ni nada que se le parezca. ¡Jefe, lo nuestro!. ¡Ya va…!. Así cuatro veces. Y para colmo, oliendo a menudo y berza y nosotros sin comer. ¡Jefe, haga usted el favor!. ¡Bueno, ya estoy aquí. Pero dense prisa porque la cocina ya ha cerrado y solo nos queda alguna chacina, aceitunas y mosto. Es que han llegado muy tarde, tenían que haber venido antes… Miré al camarero y en silencio me acordé de todo su árbol genealógico y de la meretriz de su señora madre. Mientras, mi mujer asentía con la cabeza repitiendo eso de te lo dije, te lo dije…
Ja,ja es que hay que llegar un poco más temprano!!
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