MANOLI Y LA PRIMITIVA
Fue este lunes. No podía creerme lo que veía. Los seis números de la primitiva, correlativos, tal y como siempre los había colocado. Mi numero de la suerte, el día de mi nacimiento, el de mi santo, el final de la matrícula del coche y los dos primeros y últimos números del DNI. Volví a mirar el numero del sorteo y la fecha del periódico... Todo correcto. Salí de casa y me dirigí impaciente al quiosco. Allí, impresos en un cartel, aparecían los mismos números del periódico. Traté de contener los nervios. Mientras volvía a casa pensaba en ese viaje a Nueva York que siempre había deseado y que ahora sería posible. ¿Cuántos millones me habrían tocado?. ¿Treinta, cuarenta?. Aunque solo fueran 3 o 4... Tapar agujerillos, ya se sabe.
Subí a casa y busque el boleto en mi cartera. Saque las tarjetas de crédito, el dinero, la llave electrónica del coche... pero allí no estaba. Respire hondo. Igual lo puse en algún cajón. Puse patas arriba el salón, el dormitorio y hasta los cuartos de los niños, la cocina y el baño. Nada. Comencé a sudar. ¡El coche!. Si, seguro que me lo deje allí. Solo encontré ocho pesetas de las antiguas, dos bolígrafos y una canica de mi hijo. Pero del boleto, nada. El corazón estaba a punto de salirse del pecho. Me senté, cerré los ojos e intente visualizar el día que adquirí el boleto. Fue el lunes pasado. Tras el desayuno, y acompañado de mis “titos” Pedro y Emilio cumplimos el semanal rito de “echar la primitiva”. Me gaste dos euros. Después volví al trabajo y... ¡El trabajo!. ¡Claro, estará en la mesa del despacho!. Estaba de puente, pero la ocasión lo merecía. Los compañeros se extrañaron al verme. Trabajo pendiente y que soy muy responsable yo... les dije. Revolví el despacho y nada. El teléfono empezó a sonar. De repente vi las ventanas abiertas, el suelo oliendo a lejía... Manoli había limpiado el despacho y la papelera estaba... vacía. ¿Dónde está la limpiadora?, grité. ¿Y la basura, donde está la basura?. El teléfono seguía sonando. Con los ojos fuera de mis orbitas corrí por los pasillos y las escaleras buscando a Manoli y su bolsa de basura. Sudaba a chorros. El teléfono se oía de fondo. Por fin la encontré. Le agarre la bolsa y vertí su contenido en el suelo. Papeles y mas papeles... hasta que lo vi. Al fondo estaba el boleto.
Pero no podía alcanzarlo. El teléfono sonaba y mi brazo no podía alcanzar el boleto que se perdía cada vez más en el fondo de la bolsa. Y entonces, desperté. Mejor dicho, me despertó el teléfono de mi mesita de noche. Buenos días, Mi nombre es Manoli ¿Le gustaría participar en un sorteo para un viaje a Nueva York si responde a una encuesta de satisfacción de Movistar?... Reconozco que fui algo grosero con la telefonista. Volví a acostarme. Igual, recuperaba el sueño... y el boleto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario