(Articulo publicado en Viva Jerez el 29/7/2010)
Reconozco que no soy un gran aficionado a los toros. Confieso que mi interés y conocimiento por la fiesta deriva más de mi deformación profesional por conocer todo lo que informativamente ocurre a mi alrededor que por la pasión al denominado “Arte de Cúchares”. Es más, las pocas veces que he pisado una plaza fueron porque en ellas se celebraba algún concierto y únicamente recuerdo haber asistido a un par de corridas en mis tiempos mozos. Dicho esto, entro en materia. Como muchos sabrán, el Parlamento catalán certificó ayer la defunción de la fiesta de los toros en Cataluña. Al margen de que a un servidor le parezca fuera de lugar que en los tiempos que corren se debatan cuestiones que no generan realmente una fractura social en esta comunidad, considero que el hecho de prohibir la fiesta esconde un deseo de los nacionalistas de ahondar en la expresión diferencial entre Cataluña y el resto de España.
Los sentimientos que generan las corridas de toros son muy diversos, todos ellos legítimos y causa de polémica no solo en Cataluña. Sin embargo, en ésta se han conjugado unos movimientos ecologistas muy activos con el oportunismo nacionalista de unos grupos políticos que no pierden ocasión para acosar en Cataluña las manifestaciones culturales comunes con el resto de España. La prohibición ha pasado ya a ser considerada por los nacionalistas como otro síntoma de que la sociedad catalana quiere cortar amarras con el arcaísmo castellano que predomina en España. No se trata de estadísticas de público, de número de corridas o del coste económico que conllevaría la prohibición. Es un problema de respeto a la libertad y a la tradición, no de protección a los toros, utilizados como coartada para otros objetivos, y también víctimas de una evidente doble moral, que condena las corridas, pero salva los «correbous». Asociar la fiesta de los toros a la cultura y la historia de España no es hacer «españolismo», sino constatar una evidencia.
Pero pretender alimentar la prohibición antitaurina con sentimientos nacionalistas es una forma de limpieza cultural de Cataluña. Porque, en definitiva, hablamos de libertad. Esa que buscaban los españoles de finales de los 60 y principios de los 70 atravesando la frontera francesa en busca del plano en el que Marlon Brando impregnaba de mantequilla el trasero de María Schneider. Muchos de ellos volverán ahora al sur de Francia a disfrutar de las corridas, en este caso, de toros. Y como en tiempos de dictadura y rígidas censuras, fuera de sus fronteras saborearán el suave placer de lo prohibido.
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