martes, 19 de mayo de 2009

LA RESACA

Hacía años que no tenía una resaca de tal calibre. Sí, les confieso que fue el jueves de Feria. Ese que yo reivindico como el “Día de los hombres” (para no ser menos que las mujeres, que también tienen su día). Ya va siendo una tradición que mi panda de amiguetes nos despendolemos en Feria y, haciendo de nuestra capa un sayo, nos adentremos entre la maraña humana del Real para beber fino o rebujito (que no emborracha pero da el puntito), reírnos de lo humano y de lo divino (esto último siempre con el debido respeto, no vaya a ser que nos castigue el señor), hablar de mujeres (¿para qué les voy a engañar?. A esas horas somos muy primarios) y bailar alguna que otra sevillana.. (¡Pero ojo, no entre nosotros si no con otros seres humanos con falda, tacones y volantes).

En fin, una noche de esas que se recuerdan semanas y meses después y que algún incauto plasmó en su cámara digital para la posterior vergüenza ajena de los susodichos. Total, que todo iba bien esa noche hasta que alguien dijo eso de ¿Un cubatita, tito? (lo de tito se ha quedado ya in secula seculorum y lo entenderán algunos de los que lean este artículo). En el fragor de la batalla dialéctica, en ese momento de exaltación de la amistad y de análisis pastoso de la raíz intrínseca del pescaíto frito, uno no cae en que la mezcla de fino con otros combinados es mortal de necesidad para eso que llevamos sobre nuestros hombros. Y, al final, uno queda atrapado en los alargados brazos de esas bebidas largas que caen la mar de bien a esa hora de la noche después de mucho rebujito, muchas sevillanas (repito, no entre nosotros) y mucho polvo (el que suelta el albero cuando se taconea bailando la tercera). Y esto no será nada, y pídeme otro que entra muy bien… Y, casi sin darnos cuenta, como diría Sabina, nos dieron las diez y las once, las doce, la una, las dos y las tres…

Casi al amanecer, despedidas y abrazos, juramentos de amistad eterna, de qué bien estoy… Y me acuesto canturreando esa sevillana que se me ha pegado hace tres horas. Y de repente… el despertador. Hago amago de levantarme y un tronar de campanas como las de la Catedral de Sevilla me hacen volver a la realidad. Arcadas infinitas, ojeras espantosas, la corbata y la chaqueta revoleadas por la habitación. ¡Dios, qué resaca!. Y me acuerdo del cubatita y hago votos por no repetir más la experiencia (Al menos hasta la próxima Feria, ¿para qué les voy a engañar?).

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