jueves, 16 de julio de 2015

SIESTÓN DEL QUINCE

(Artículo publicado en Viva Jerez el 16.7.2015)
Ayer me desperté a las seis y media de la tarde. Todo un record personal. Casi tres horas de sueño profundo. En la cama, con el aire acondicionado que vaya el calor que hace a mediodía en Jerez, con esa babilla saliendo de las comisuras de mis labios, algún que otro ronquido suave y, eso sí, con las persianas echadas a cal y canto… como Dios manda. Siestón del quince, como diría aquel. Una bendición de esta Iberia en la que me ha tocado nacer, que profeso desde hace años y que perfecciono siempre que me es posible. Nada de sofás incómodos que me obligan a doblar las piernas hasta buscar la mejor posición, butacones sin orejeras que hacen que mi cabeza se mueva más que un tentetieso, ni documentales de animalitos en la sabana africana en la 2. 

Siempre que puedo, me meto en el sobre, agarro celoso la almohada no vaya a ser que se me escape, me echo por encima la colchita de crochet que me hizo mi madre (no en estos días de verano intenso que todo me estorba…), dejo en silencio el móvil y cierro los ojos hasta que mi adorada deidad, el Señor Morfeo, me acoge en su seno y me hace navegar por esos profundos océanos del mundo onírico (¡por Dios, qué cursi me ha salido esta última frase!). En fin, que soy un firme defensor de la siesta vespertina, con mayúsculas. No en vano, considero que es uno de los placeres más agradables que tiene el ser humano y más en veranito. 

Está demostrado científicamente que la siesta mejora la salud en general y la circulación sanguínea y previene el agobio, la presión y el estrés. Además favorece la memoria y los mecanismos de aprendizaje (Todo esto lo que copiado y pegado del Wikipedia, para que vean que es verdad lo que digo). Y es que quién no recuerda esas siestas de verano, bajo la sombra de un árbol, con el sonido de las ramas al viento y los jilgueros cantando. O cuando uno se queda dormido en la playa después de una buena tortilla de papas, tomando el sol bajo la sombrilla, a media tarde, con el rumor constante de las olas… Por ponerle alguna pega a esta sana costumbre, reconozco que tras la siesta necesito un cierto tiempo para retornar al mundo de la vigilia. Durante unos minutos deambulo como un zombie sin rumbo, del dormitorio al baño y de éste a la cocina, en babucha, arrastrando los pies, con los ojos aún entornados y llenos de legañas, el habla estropajosa, despeinado hasta las orejas y poco lúcido, la verdad. Pero balbuciendo entre dientes y con una tímida sonrisa eso de “pedazo de siesta que me he metío entre pecho y espalda. Qué bien me ha sentao”. Uno de los escritores más importantes de la literatura española, el premio Nobel Camilo José Cela, con su sarcasmo habitual, definió como nadie esta sana costumbre tan española, indicando que la siesta había que hacerla “con pijama, Padrenuestro y orinal”. Pues ahí queda eso. Que no tengo más que decir.

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