miércoles, 1 de julio de 2015

LA BODA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 2/7/2015)
Cerró los ojos y la besó. Sus labios se entrelazaron ante la mirada y el aplauso de los invitados. Sintió algo de rubor en sus mejillas y todo su cuerpo comenzó a temblar. Pero ella, con su mirada sonriente, le devolvió esa seguridad de la que se había enamorado dos años atrás. Entonces no creía en el amor a primera vista, ni en flechas mágicas ni en Cupidos. Pero ese día de noviembre, cuando entró en aquel bar y la vio, sentada al fondo, con su iluminada sonrisa, luciendo ese suéter azul turquesa y esos vaqueros, todo pareció oscurecerse a su alrededor. Fue en el instante en que sus miradas se cruzaron cuando comprendieron que el mundo les pertenecía y que nada ni nadie podría impedirlo. Y ahora estaba ahí, junto a ella, en el día más feliz de sus vidas. Miró a sus padres. Recordó el día que les anunció su boda y el profundo daño que le hizo su silencio… y sus miradas. Pero ahí estaban, con sus ojos empapados en alegría y con el orgullo reflejado en sus rostros. Dirigió la mirada al anillo que ahora lucía en su dedo, símbolo de un matrimonio por el que prometió luchar sin descanso. Instintivamente buscó la seguridad de la mano de su amada y la apretó con fuerza. Nada ni nadie era más importante que ella. No imaginaba el resto de vida sin sus caricias, sin su mirada limpia, sin su complicidad. 

A su memoria volvieron entonces recuerdos amargos, indiferencias hirientes, miradas intransigentes de gente sin corazón que nunca intentó ni siquiera comprender. Y recordó su lucha interior por aceptarse tal cual era, y sus tímidos intentos de contarlo a los demás, y las sonrisas maledicentes que le hicieron tanto daño. Pero pronto comprendió que más personas habían sufrido durante años, en silencio, ese calvario de injurias y ofensas. Y aprendió a conocerse, a admitir su condición. Sin propagarla a los cuatro vientos, pero sin esconderla. Y las cosas comenzaron a cambiar. Poco a poco, pero sin vuelta atrás. También en un país al que le costaba dejar atrás una mentalidad anquilosada y en una ciudad que comenzaba a despertar de ese letargo de prejuicios. 

Un difícil camino que ahora quedaba atrás. Volvió a apretar su mano con fuerza y sonrió. Ella se acercó y le susurró al oído. ¡Te quiero, cariño! Sus ojos se empaparon de lágrimas. Nada ni nadie podría separarlas ahora. Eran un matrimonio de pleno derecho, con deberes y obligaciones. Y pensó en el respeto que todo ser humano se merece, al margen de su condición. Y pensó en miles de mujeres y hombres que sufrieron y siguen sufriendo por ser diferentes a la mayoría. Y en el empeño de algunos por negarles la felicidad o por sustraerles el simple nombre de matrimonio. Se sentía mujer. Se sentía persona. Era el día más feliz de su vida y nada ni nadie podría impedirlo.  

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