Abrió los ojos y miró a su
alrededor. Allí estaba ella, en una casa extraña, junto a un hombre que dormía
plácidamente y cuyo nombre no recordaba. Sus ojos recorrieron su cuerpo desnudo
y en sus labios asomó una tímida sonrisa al recordar los besos y los abrazos,
las caricias y los susurros de toda una noche de pasión y desenfreno. Su vello
se erizó al revivir esos momentos que se le antojaba mágicos y maravillosos. Y
lo más extraño es que se sentía feliz, sin remordimientos. Durante años, la
habían educado para ser recatada, para esperar a que ese hombre bueno y de
buena familia, que con las mejores intenciones la llevara de blanco al altar.
¡Cuidado con los hombres!, le había advertido su madre. ¡Nada de placeres
carnales!, le habían ordenado los curas martilleándole constantemente con el
concepto de pecado. Y entre advertencias y órdenes su vida se había limitado a
esperar una oportunidad que nunca llegó. Desde su andén vio transitar trenes
que pasaban de largo, pero también vio pasar su vida de un plumazo.
Ya no era
esa joven lozana que hacía volver la cabeza a los chicos de su barrio. Cuando
ahora se miraba al espejo veía a una persona madura que había envejecido
manteniendo su honra intacta. ¡Su honra!. ¿Y su vida? ¿Quién se la devolvía?. ¿Su
madre, los curas, una sociedad basada en el tabú al sexo?. Tenía 56 años y su
arroz estaba para pegar sobres. Y ahora estaba allí, desnuda, junto a un hombre
que le había despertado de un sueño de años. Pensó en todo lo que se había
perdido en el camino, en las noches apasionadas que nunca vivió, en una
juventud encadenando lutos por la muerte de tíos y tías que casi no conocía, en
las faldas por debajo de las rodillas… En Javier, ese medio novio que se cansó
de esperar un achuchón y se fue con su amiga María. En Manolo, ese chico que
tanto le gustaba pero que nunca se atrevió a acercarse a él porque no era ese
el papel de una mujer decente.
Se incorporó lentamente, sin querer despertarlo
y se dirigió al cuarto de baño. El espejo le devolvió la imagen de una mujer
mayor pero exultante, despeinada pero radiante, henchida de felicidad. Recorrió
con la mirada su oscuro y desnudo objeto de deseo despojada ya de cualquier
sensación de pecado. Se encontraba preciosa. Cerró sus ojos y recordó al
detalle la noche anterior, el cortejo inicial, el nerviosismo posterior, la
calidez de sus cuerpos entrelazados, el ímpetu desenfrenado que desconocía
poseer y que la había acompañado durante la noche... y el clímax final. Abrió
sus ojos y volvió a sonreír. Regresó a la cama y lo miró fijamente. Aún dormía.
Recorrió con la vista el cuerpo desnudo del hombre que yacía en esa cama. Se sentía
como una colegiala que acababa de descubrir el amor. Acercó los labios a su
frente y lo besó. Nunca es tarde, pensó. Y volvió a sonreír...
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