miércoles, 28 de noviembre de 2012

JUEGOS DE CALLE

(Artículo publicado en Viva Jerez el 29/11/2012)
Echo de menos jugar en la calle. Dar patadas a un balón entre los adoquines, con las rodilleras cosidas en los rotos de los pantalones, e intentando marcar algún gol entre dos jerseys en el suelo que hacían de portería y que teníamos que recoger cuando pasaba algún coche que, por cierto, no era muy a menudo. Aún recuerdo a las chicas con coletas jugando al elástico o a la cuerda mientras cantaban “Al pasar la barca, me dijo el barquero…” o “El cocherito leré...”. Aquellas tardes en el barrio de San Mateo, en calle Justicia, en la plaza de los Ángeles, jugando al “esconder” entre las callejuelas de Rincón Malillo mientras comíamos bocadillos de chocolate “La campana” o de mantequilla con azúcar… La calle y las plazoletas era nuestro mundo. Probablemente porque las casas de vecinos eran muy pequeñas como para permanecer todo el santo día dando la lata a los padres, o quizá porque la tele (ya saben, Televisión Española y el UHF) tenía una programación limitada a unas horas por la tarde noche. O porque no existía la Play, los vídeos, el ordenador o los móviles. 

Lo cierto es que estábamos deseando salir a jugar a los sheriff, al beisbol con palos de madera y pelotas de tenis o a los bolindres con esos bolonchos que nos traían de la base. Y cuando llovía, escondernos en la casapuerta a esperar a que escampara mientras jugábamos a las chapas. En la calle había risas, voces, gritos, balonazos, carreras furtivas en las bicis BH plegables. Quedábamos de un día para otro a jugar y no nos hacían falta los móviles ni el whatsapp para encontrarnos en cualquier esquina. Recogíamos cartones de la puerta de la droguería para venderlos al peso y comprar en los puestos de chucherías los regalís a diez céntimos, chicles Cheiw a cincuenta y sobres sorpresa a peseta. Nos subíamos a una tapia frente al Terraza Tempul para ver “de gorra” las películas de Nadiuska y Susana Estrada mientras comíamos pipas o altramuces. Hacíamos improvisadas cabañas con cartones y alguna tabla de madera en algún descampado o en el corral de la casa de vecinos o nos reíamos de los despistados negros de la base que preguntaban en medio español medio inglés por dónde quedaba la calle Rompechapines. 

Reconozco que eran otros tiempos. Sonrío cuando lo recuerdo y ello me lleva a añorar una niñez sin problemas. Pero reconocerán conmigo que las cosas han cambiado, en este sentido, para peor. Ningún padre (esos mismos que de niños sí lo hicieron) estaría hoy día tranquilo dejando toda la tarde a un crío de siete u ocho años jugando en la calle. Más coches, más inseguridad, menos niños con los que jugar… Es probable que, en nuestra generación, no tuviéramos tantos juguetes, ni tanta televisión, ni tanta electrónica, pero me pregunto si entonces éramos más felices… Yo lo tengo claro. ¿Y ustedes?.   

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