Observo a mi hijo pequeño mientras escribo esto. Es un día festivo y está jugando a la “Play” mientras, de fondo, mira y oye de reojo un canal infantil de televisión. Probablemente, sin saberlo, me ha sugerido un asunto para esta columna semanal acerca de las necesidades que nos ha creado esta sociedad. Hoy, la felicidad se mide con diferentes parámetros que antaño. Los niños sufren a diario este consumismo competitivo. Pocos saben ya jugar a las canicas, al hula-hop o a las chapas. Pocos se sientan junto a sus hermanos o amigos a jugar al parchís, las damas o el Monopoly. Las nuevas “necesidades” se dirigen a los juegos de Internet, a la televisión digital, a la Nintendo o a la famosa “Play Station”. Sin estos “nuevos juegos infantiles” los críos de ahora se sienten “vacíos” y, lo que es peor, “aburridos”. Esta circunstancia tiene su traslación en los jóvenes con el móvil (a ser posible de últimísima generación), el ordenador con Messenger, las zapatillas de marca o comer los fines de semana en el MacDonals o similares. Necesidades “vitales” que vuelcan, a su vez, en los sufridores padres bajo la premisa de “todo el mundo lo tiene menos yo”. Y qué decir de los mayores. Vivimos en una constante presión mediática y consumista. Que si un coche nuevo, una televisión de plasma, un dvd grabador, un robot de cocina… La envidia, deporte nacional con permiso del fútbol, hará el resto y nos “obligará” a perseguir eso que la publicidad promete que nos hará “más felices”. Pero no. Después vendrán nuevos y más modernos artilugios que nos harán caer en una espiral difícil de esquivar. Cuando pienso en mis bisabuelos me pregunto si realmente eran infelices por no tener móvil, televisión digital, coche de último modelo o robot de cocina. Cuando contemplo en los reportajes a esas tribus africanas que viven alejadas de la civilización, solo veo sonrisas de felicidad y me pregunto si sería cruel enseñarles nuestro “necesario” modo de vida. Reflexiono sobre el asunto y me dispongo ya a terminar este artículo dispuesto a hacer algo. Quitaré la tele y le propondré a mi hijo jugar a las canicas. Pero ¿Dónde encuentro ahora unos bolindres y un hoyo entre el alquitrán de las calles?. Mañana lo intentaré. Ahora mejor conectaré el otro mando y jugaré con él a la Play. ¡Malditas maquinitas!.
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