miércoles, 24 de febrero de 2010

MERETRICES Y FARISEOS

(Artículo publicado en Viva Jerez el 25/2/2010)
A ver si nos aclaramos de una “puta” vez en esto de la prostitución. Alguien me debería explicar el doble rasero, la doble moral de una sociedad que, como los monos sabios chinos que se tapaban los ojos, oídos y boca, parece querer obviar, ocultar y en algunos casos amparar el mal llamado “oficio más antiguo del mundo”. Todos sabemos de la existencia de los prostíbulos, puticlubs, burdeles o bares de alterne. Están por todas partes; en el centro de las ciudades, a las afueras, en los márgenes de la carretera. Tienen sugerentes nombres anunciados en grandes letras de neón, como Paradise, Gold Relax o Kiss Club. Se sabe qué ocurre en su interior y cómo la mayoría son inmigrantes que alguna soñaron gozar de una vida mejor en este país y que fueron engañadas por proxenetas sin escrúpulos. Se sabe de la sordidez que rodea este submundo en el que la mayoría no está por vocación si no por pura necesidad. La prostitución siempre ha existido y siempre existirá.

Debe recordarse que no es ilegal en España, ya que existe el derecho de libertad sexual, por lo que no se puede detener a ninguna prostituta. Pero aunque no está penado tampoco está considerado un trabajo legal, por lo que no tienen derecho a darse de alta en la Seguridad Social ni a trabajar como autónomas. Lo que no deja de ser un contrasentido de moralidad hipócrita. Los puticlubs son legalmente bares donde los clientes toman copas y alquilan una habitación, cobrando las prostitutas por ese alquiler y por las consumiciones. Lo que hagan con su cuerpo es cosa suya. No existe, por tanto, ilegalidad salvo que se les obligue a prostituirse. Esto viene a colación de lo ocurrido en Jerez por el asunto de la familia Galán y por la repercusión mediática de la noticia. No deseo opinar sobre este asunto en concreto pero sí de lo que ha suscitado. Rasgarse a estas alturas las vestiduras morales ante una situación que se anuncia a las claras en la mayoría de periódicos de nuestro país; alzar la voz del fariseísmo más recalcitrante para denunciar lo que está ocurriendo desde siglos a la vista de todos, es hipócrita. Está visto que mientras haya clientes habrá prostitutas.

Nos guste o no. Por ello ¿Porqué no “normalizar” una situación que sobrevive bajo un vacío legal?. ¿Porqué no se busca un consenso político y judicial en este asunto?. ¿Porqué no nos quitamos de una vez las manos de los oídos, ojos y boca para aceptar esta realidad?. De este modo se acabaría, entre otras cosas, con las mafias de trata de blancas y con la situación de ilegalidad que padecen muchas de las inmigrantes. Además, cotizarían a una Seguridad Social cuyas arcas están cada vez más mermadas…

miércoles, 17 de febrero de 2010

LA LLUVIA ME DESBORDA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 18/2/2010)

Miércoles por la mañana. Suena el despertador y, con los ojos aún medio cerrados, oigo de fondo el fuerte aguacero que esta cayendo. Me calzo las zapatillas y me acerco a la ventana. Observo un paisaje gris, un cielo encapotado, fuerte viento y un río de agua que discurre caudalosamente por la calle. Pero, en fin, el deber me llama y debo ir a trabajar. Blacky menea su rabo impaciente. Tendrás que esperar a mediodía. Cualquiera te saca ahora a hacer pis. Me enfundo el chubasquero, me hago con el paraguas y salgo a por el coche. Y la primera en la frente. Una inesperada racha de viento me vuelve el paraguas del revés. Para colmo, cuando intento darle la vuelta, meto el pie en un charco tan profundo que parecía el de los Hurones. Maldigo en arameo a los dioses de la lluvia mientras el paraguas sale finalmente volando y yo me quedo con el mango en la mano. No me queda más remedio que correr rápido hacia el coche mientras la lluvia se hace más intensa.


Al fin llego y… ¿Dónde están las llaves?. Miro en un bolsillo, luego en otro. Está diluviando. Al fin las encuentro en un bolsillo interior del chubasquero y cuando, fruto del nerviosismo, las logro alcanzar se me caen al suelo, en un charco de barro. Con las llaves sucias y mojadas, empapado hasta las orejas, abro finalmente el coche y arranco. A los pocos minutos, deja de llover. Atascos y más atascos. Colas en los semáforos. Y es que, cuando llueve, todo el mundo pilla el coche para ir a trabajar, a llevar a los niños al cole… En fin, paciencia. Es la hora de aparcar. Me

encomiendo a varios santos mientras doy vueltas y más vueltas al entorno de la Plazuela. Tras más media hora logro aparcar, justo cuando comienza otra vez a llover con fuerza. No tengo paraguas. Salgo corriendo del coche tapándome la cabeza con la publicidad de una gran superficie y me resguardo bajo un balcón. No tiene visos de que escampe, así que corro por el filo de la calle buscando salientes y casapuertas.

En ese momento, pasa un coche por la calle. Les prometo que vi, como si de una película en cámara lenta se tratara, cómo se acercaba el coche, el charco frente a mí e incluso visualicé las consecuencias pero, no pude reaccionar a tiempo y ¡Ahí va eso!. Allí estaba yo. Sin paraguas, empapado, con cara de tonto y asesinando con la mirada al incauto conductor. Al fin llego al trabajo. ¿Han permanecido alguna vez 7 horas con los zapatos y calcetines, pantalón y jersey totalmente empapados?. Yo, sí. Veo la previsión del tiempo. Llueve hasta el martes con una probabilidad del 100%. ¡Atchiss!. Ya me he resfriado. Y Blacky en casa sin mear…

miércoles, 3 de febrero de 2010

NO TENGO FEISBUQ

(Artículo publicado en Viva Jerez el 4/2/2010)
No. Me niego. Al menos, hasta la fecha, no tengo cuenta ni perfil en la red social Feisbuq (libro de caras o cuaderno de perfiles, según la traducción literal del inglés que, como observarán, me niego a transcribir). A veces, cuando lo digo, me miran raro y sonríen, pensando quizá que soy algún alienígena con antenas llegado de otro planeta y que habita oculto entre nosotros. Y, aunque os cueste creerlo, llevo una vida de lo más normal y me siento satisfecho con ella. Y, por favor, no insistáis que no me voy a hacer una cuenta por más invitaciones que me mandéis a mi correo. Me niego. He estado a punto de grabar en varias de mis camisetas, camisas y jerseys una frase que diga algo así como “No tengo feisbuq. ¿Pasa algo?”. Lo único que me faltaba.

Mis fotos más personales, mis datos más íntimos y mi relación de amigos y conocidos al servicio de algún incauto cotilla que ose escrutarme desde el ojo de la cerradura digital. De eso nada. Tengo la suerte de tener pocos, pero muy buenos amigos y me hace gracia cuando un chico joven dice que tiene unos 200 amigos, basándose en su lista de contactos online. Mil veces prefiero “perder” una hora tomándome una cerveza con un amigo, que revisando mi perfil para tenerlo “actualizado”. Demasiado que, tras mucha resistencia, y dicho sea de paso, varias solicitudes del respetable, caí en la tentación de crearme un blog personal en el que desde entonces incluyo todos los artículos que publico los jueves en Viva Jerez. Es este: www.extebanf.blogspot.com . Les confieso que me sorprende que tenga más de 5.300 visitas y que algunos lectores me dejen comentarios sobre uno u otro artículo. De vez en cuando, incluso me permito el lujo de glosar la figura de algún amigo, o bien incluyo alguna referencia personal, alguna foto de grupo o el comentario a una noticia de actualidad. Pero de ahí a botar la nave de mi intimidad en el océano de la web (¡qué cursi me ha quedado!, ¿verdad?) va un abismo al que no estoy dispuesto a llegar.

Me niego a estar en permanente comparación con el primero que me encuentre a cerca del número de amigos que tengo en el feisbuq. “Soy el más guay de los guays. Tengo 120 amigos… ¿Y tú, cuántos tienes?”. La red es muy poderosa pero, a la vez, peligrosa. Me da la impresión de que nos estamos habituando tanto a “confiar” nuestros contenidos más íntimos en Internet, que nos olvidamos de esos malandrines cibernéticos que los aprovechan para su propio beneficio. Si hay alguien por ahí que sea igual de alienígena verde con antenas que yo, mandadme un comentario a mi blog. Ánimo.

miércoles, 27 de enero de 2010

Messi y Don Giovanni

(Publicado en Viva Jerez el 28 /1/10)

8 de la noche del pasado sábado. Me dispongo a disfrutar de una representación lírica de auténtico lujo en el Teatro Villamarta. Se ha colgado el cartel de no hay localidades. Faltan unos minutos para que comiencen las tribulaciones de Don Giovanni, Leporello, Doña Elvira o Don Octavio, y aguardo impaciente escuchar las arias de mi paisano y amigo, el tenor Ismael Jordi. Pasa a mi lado José Luis de la Rosa y le felicito por el magnífico libreto que ha editado para la ocasión la asociación cultural La Arcadia. Oteo a mi alrededor en el patio de butacas y observo rostros conocidos y anónimos, espectadores de toda condición, edad y estrato social. Hasta que mi mirada se detiene dos filas más adelante en un individuo de mediana edad, chaqueta azul y corbata del mismo color, con el abrigo doblado sobre sus piernas y que ojea el libreto pasando las páginas de tres en tres sin un interés manifiesto en su contenido. Lo acompaña una señora menuda, muy elegante, que muestra un gran collar de perlas en su cuello y que con la mirada altiva parece buscar impaciente a alguien conocido al que saludar.


Me he centrado algo más de lo debido en el entorno para que sitúen al personaje en su contexto, porque la historia viene a continuación. El motivo de fijarme en este señor, y no en otro, fue el cablecito que salía de su oreja izquierda y que trataba de disimular encogiendo los hombros y recostándose sobre la butaca. En un principio pensé que podría tratarse de alguien que tuviera problemas de sordera o bien un invidente que se disponía a asistir a una ópera merced a algún sistema audiodescrito ideado por el Villamarta (que yo sinceramente desconocía). Pero mis sospechas se confirmaron cuando se sacó las gafas del bolsillo interior de su chaqueta a la vez que encendía y sintonizaba un pequeño transistor que llevaba oculto. No me lo podía creer.


Rápidamente caí en la cuenta que esa misma tarde mi hijo me había recordado que a las 8 de la noche comenzaba el Valladolid-Barcelona. ¡Dios!. ¡Casi 60 euros para estar más pendiente de Messi y compañía que de una representación lírica del nivel de Don Giovanni!. No se quitó el auricular en ningún momento. Incluso le vi apretar el puño y sonreír en más de una ocasión. Más tarde comprendí que el sujeto era culé ya que su equipo había ganado tres a cero… el último gol de Messi. Evitaré los comentarios irónicos y despectivos a cerca de la hipocresía de un sector muy concreto que aún desea aparentar asistiendo a actos como una ópera en el Villamarta, pero creo que ustedes saben por dónde voy. En fin, esto es Jerez. O mejor dicho, una parte cada vez más residual de Jerez…

miércoles, 20 de enero de 2010

ODA AL CHICHARRÓN


(Publicado en Viva Jerez el 21 /1/10)
Crujiente, sabroso, condimentado con pimentón, sal o pimienta negra en grano. En taquitos o en lonchas. Acompañado por un buen mosto de Trebujena, unos rabanitos y un ajo caliente. En casa, en el bar de la esquina o en una viña o venta. De Chiclana o de Jerez. Solo o en manteca colorá, frío o calentito, con picos o con pan de campo de la Venta Las Cuevas. Chicharrón. Tan sólo con pronunciar esta palabra se me hace la boca agua y evoco esos días entresemana en los que la calle donde nací olía a chicharrones recién hechos. Desde primera hora, en la carnicería de la esquina, fundían la grasa o manteca de cerdo y los trocitos de carne recubiertos de parte de la grasa fundida. Ese olor, que recorría la collación de San Juan colándose por cada una de sus ventanas y casapuertas abiertas, se me ha quedado desde entonces impregnado en la pituitaria.

De vez en cuando, renace ese cálido aroma a colesterol puro cuando paseo junto a algunas de las carnicerías de la ciudad, como la de Vicente, en la calle Diego Fernández Herrera. Y entonces, me traslado a esos años de mi niñez, en los que mi madre me mandaba a la carnicería de Manolo, en la Plaza San Juan, a comprar un cartucho de chicharrones calentitos, recién hechos. Yo cogía ese papel de estraza y, de camino a casa, pillaba furtivamente el primero que veía y me lo metía en la boca degustando ese exquisito manjar. Hoy, con el peso de los años (y de los kilos de más, porqué no decirlo), me resisto a caer en la tentación de comprarlos. Aunque otra cosa es que te lo pongan en la mesa en alguna comida de compromiso. En ese caso, reconozco mi falta de voluntad cayendo irremisiblemente en su degustación, cerrando los ojos para no perder comba del momento, y masticando lentamente para sentir mejor todos sus matices.

Algo parecido me pasa cuando voy a un bar y, sobre el mostrador, observo una gran cazuela de barro rebosante de chicharrones. Debería estar prohibido y castigado con penas de prisión perpetua, porque es una tentación a la que es difícil sustraerse. Los chicharrones te miran y tú los miras. Alejas la mirada pero ahí están, como diciendo “cómeme”. Y entonces levantas la mano. ¡Jefe, una tapita de chicharrones!. Y ahí están. La cervecita a tu diestra y los chicharrones a tu siniestra. Eres consciente de que, justo cuando termines de comértelos, aparecerá un sentimiento de culpa acompañado de un sincero arrepentimiento y la promesa de no volver a probarlos. Pero ¿qué se le va a hacer?. Están tan buenos… ¡A ver si alguien inventa los chicharrones light!. El éxito estaría asegurado. Yo… el primero.