miércoles, 12 de enero de 2011

MI AMIGO


(Artículo publicado en Viva Jerez el 13/1/2011)
Mi amigo conoce a mucha gente importante y eso, en los tiempos que corren, es lo más. Me cuenta que el otro día lo paró la Guardia Civil en un control de alcoholemia, y que dio positivo, y que con una sola llamada a un amigo benemérito le quitaron la multa. Algo parecido le pasó con una notificación del ORA. Llamó a su cuñado, que trabaja como controlador, y de la multa nunca más se supo. Uno de sus primos, que trabaja en el Teatro, le consigue cada vez que lo desea una entrada en palco por la patilla, desviando una de esas invitaciones que les dan a los políticos. Saca pecho al recordarme su amistad desde la mili con uno de los responsables del Circuito que le da pases vip para asistir a las grandes carreras, y con otro del Xerez que lo cuela en el palco con una pase de prensa cada vez que puede.

Cierto día fue hospitalizado por una ligera dolencia leve. Entornando los ojos en un claro gesto de suficiencia me asegura que tuvo una habitación para él solo y los mejores cuidados, ya que uno de los responsables de planta del Hospital es el tío de su mujer. El crédito hipotecario de su vivienda es envidiable, según me dice. No en vano, juega al pádel con el director de su oficina bancaria y, alguna vez, salen a cenar las parejas. Mi amigo es, para que se hagan una idea, de los que entran en la Feria con 20 euros y salen con 25. Reparte abrazos por doquier y esboza sonrisas a todos los que se le acercan, que son muchos. Y es que conocer a alguien importante te hace más importante a los ojos de los demás, que envidian tu agenda y tus contactos en todas las esferas. Lo que más me llama la atención es que en esta sociedad es un valor añadido que uno tenga tantos enchufes y se valore a amigos como el mío como un triunfador por ello. Porque el mensaje que dan es que todo vale con tal de colarse de gorra en los sitios. Que pagar la multa del ORA o de la Guardia Civil es de “pringaos”, que abonar la entrada del Teatro o del Circuito es de gente vulgar, que compartir habitación en un Hospital es para la plebe, que esperar la cola en una oficina es para gente que no conoce a nadie importante, como es su caso.

Mensajes como el de mi amigo minan y devalúan la confianza del resto de mortales en las instituciones. Pero también la pasividad de éstas que consienten y hacen la vista gorda a los enchufes, desmanes y ostentaciones públicas de estos caraduras del favoritismo haciendo buena la ley del más listo (que no inteligente). Miren a su alrededor. Seguro que conocen a algún amigo gorrón como el mío. Y recuerden que si él se cuela igual usted se queda fuera y que si él no paga se lo cobrarán a usted…

miércoles, 29 de diciembre de 2010

LA OFERTA


(Artículo publicado en Viva Jerez el 30/12/2010)

“Por la compra de tres cajas de comida para gatos, una gratis y además una bolsa de viaje de regalo ”. Una buena oferta, pensé. Tendría comida para mis mininos para los próximos tres meses y, además, me regalaban una bolsa que, por lo que v eía en la foto, tenía muy buena pinta. Al carro con ellas. Seguí la compra y me dispuse a pagar en caja. Era domingo, vísperas de fin de año y el Hiper estaba hasta los topes. Observé una caja con sólo tres personas y corrí presto hacia ella. A esperar tocan, me dije armándome de paciencia. La ley de Murphy hizo el resto, ya saben… el producto al que se le ha caído el código de barras y espere usted a que venga la chica de los patines… que si no se puede leer bien la banda magnética de la tarjeta de crédito y a ver si poniéndole una bolsa podemos arreglarlo… que este paquete de guisantes está abierto y espere que vaya por otro… En fin, lo normal.


Tras quince minutos de espera, me llegó el turno. La cajera me fue pasando todos los artículos y me indicó el importe. Un flash de duda me pasó por la cabeza y mi vista se dirigió directamente al precio de la comida para los gatos en el ticket. Efectivamente me había cobrado las tres cajas y de la bolsa de viaje, nada de nada. Señorita, la oferta decía que una de las cajitas era de regalo. Lo siento, no tengo constancia. Oiga, que hay un cartel… Un segundo que llamo a mi compañera. Oiga que tengo croquetas congeladas en el carro, y a ver si… Diez minutos hasta que la chica de los patines llegó a la caja, fue a la sección de comida para gatos, volvió y verificó que yo estaba en lo cierto. Después, otra llamada de confirmación a la caja central, rectificación del ticket, y excusas varias por el error. ¿Todo bien, señor?. Bueno, me falta la bolsa de viaje… Lo siento, no tengo constancia. ¡Otra vez no…!. Señorita, que el cartel lo indica claramente. Pues reclámelo en caja central con el ticket. Me dirijo a ella y saco número: el 145… y va aún por el 110. Y las croquetas en el fondo del carro, descongelándose. Todo sea por la bolsa de viaje. Quince minutos más tarde me atiende una sonriente señorita. ¿Qué desea?. Le explico lo de la oferta y la bolsa de viaje de regalo. No tenemos constancia. Un segundo que pregunto a mis jefes. Otros quince minutos de espera. Que si es una oferta reciente y aún no nos la han comunicado, que si no sabemos si hay bolsas de regalo… Espere a que la chica de los patines compruebe la oferta en la sección de comida para gatos…


Al final, todo aclarado. Apareció la dichosa bolsa y me la entregaron. Cuando la vi no me lo podía creer. Era minúscula, de plástico del malo. En un chino, no pagaría más de un euro por ella. Y allí estaba yo. Con la ridícula bolsa de viaje en la mano y observando en el carro el efecto del agua descongelada de las croquetas en dos de las tres bolsas de comida para los mininos. Suspiré hondo e intenté tranquilizarme apelando al espíritu de la Navidad.

jueves, 23 de diciembre de 2010

LA SEÑORITA

(Articulo publicado en Viva Jerez el 23/12/2010)

No podía creer lo que estaba viendo. Era ella, la señorita Pilar, mi profesora de primero y segundo de EGB. Paseaba despacio por la calle Corredera, asida al brazo de una chica joven que acomodaba sus pasos al andar sereno de aquella anciana que debía rondar los 90 años. El tiempo había hecho mella en su altiva figura, pero aún atesoraba ese porte distinguido que siempre la caracterizó. Me acerqué y la saludé: Señorita Pilar, buenos días. Supongo que no me recuerda pero… ¡Fernández!, me dijo sin que me diera tiempo a terminar la frase. Si, por supuesto que le recuerdo. Ambos sonreímos y, durante un instante, varios segundos tal vez, el tiempo se detuvo.


Escruté en su mirada, y supongo que ella en la mía, el reflejo de un recuerdo común que nos remontaba a finales de los años 60. Anécdotas, vivencias, amigos… Años pretéritos que rezumaban algo de nostalgia y que de repente volvían a la memoria. Intenté vocalizar algo coherente pero no pude. Era tanta la emoción… Tenía un buen recuerdo de la señorita Pilar. Supongo que uno siempre recuerda con agrado a las personas que, de una u otra forma, le acompañaron a descubrir el hechizo de la vida en su más tierna infancia. Y cuarenta años después, doña Pilar estaba frente a mí…y me recordaba. Supongo que fueron miles los niños que pasaron por sus manos durante su etapa docente, y que recuerda de vista a la mayoría, pero reconozco que me caló profundamente que aún recordara mi apellido. Supongo que era momento para preguntarle qué era de su vida, y cómo se encontraba. Y que yo le hubiera explicado a qué me dedicaba, los hijos que tenía y cómo me iba todo. Pero no lo hice. Tampoco ella lo hizo. Creo que ambos seguimos esa máxima que decía “Si no puedes mejorar el silencio, mejor permanece callado”. Al cabo de unos segundos más, nos despedimos deseándonos lo mejor en las fiestas, en el año nuevo y todas esas cosas que se dicen en estas fechas. Le cogí las manos y se las besé cariñosamente, transmitiéndole un agradecimiento que no había sido capaz de hacerle llegar desde mis labios. Ella siguió andando, despacio, mientras yo, quieto en la acera, la observaba cómo se alejaba consciente de que probablemente era la última vez que la vería. Le debía tanto y me daba tanta rabia no haber podido transmitírselo que estuve a punto de salir nuevamente a su encuentro, pero me contuve.


A veces, los pequeños gestos, una mirada de afecto, una sonrisa de complicidad o un simple apretón de manos, son capaces de manifestar más cosas de las que creemos. Con ese consuelo, seguí mi camino, mientras la señorita Pilar seguía el suyo, supongo que con la satisfacción que el maestro atesora del deber cumplido.

jueves, 18 de noviembre de 2010

EL BIGOTUDO BENEMÈRITO

(Articulo publicado en Viva Jerez el 18/11/2010)

Agosto de 1993. Un viaje por la cornisa cantábrica me había llevado a regresar en coche por tierras mañas, adentrarme en el Valle de Arán y, ya puestos, visitar el principado de Andorra. Pasé una mañana contemplando sus iglesias románicas mientras paseaba por las amplias avenidas de su capital, Andorra la Vella. Al atardecer, decidí regresar a España atravesando la frontera que me llevaría directamente al Alto Urgel catalán. A unos 10 kilómetros de la frontera, ya como digo en España, una pareja de la Guardia Civil me conmina a que me detenga a un lado de la carretera. Uno de los beneméritos se acerca a mi ventanilla. Buenas tardes, documentación por favor, esto es un control rutinario, no es necesario que se baje del vehículo, etc, etc.,

Mientras, el otro, que lucía un benemérito bigote, aguardaba junto al coche patrulla… hasta que miró y le miré. Sus ojos se abrieron, su mano derecha se dirigió instintivamente a la pistola y con un gesto firme llamó la atención de su compañero. Algo le debió decir al oído porque a partir de ese momento... todo cambió. ¡Salga usted del vehículo, abra el maletero y saque todo lo que lleve!. ¡Oiga, que no llevo nada de...!. ¡Cállese!. Sus miradas, especialmente la del benemérito bigote, me escrutaban cada movimiento que hacía. Me sentía vigilado. No sabía lo que estaba pasando. ¿Qué había visto en mí ese Guardia Civil?, me preguntaba nervioso. Hasta que me pidió el DNI. Me miró fijamente y se acercó despacio con el carnet en la mano. ¡Aquí pone que usted es de Jerez!. ¿De qué parte?. Casi no pude responder. ¿A qué venía eso?. Titubeando le dije que del barrio de Santiago, de la calle Justicia... En ese justo momento dio un respingo hacia atrás y ese bigotudo benemérito sacó a relucir una sonrisa hasta entonces desaparecida en combate. ¡Coño, tu eres er de Onda Jerè!, me espetó en un andaluz jerezano que me sonó a gloria. ¡Dame un abrazo, paisano. Resultó que era de La Granja, que estaba destinado en ese rincón de la piel de toro, que era hermano de La Amargura y que hacía diez meses que no bajaba a ver a la familia. Me confesó que al verme en el coche recordó que mi cara le resultaba familiar, quizá de las fotos que tenían en el cuartel de los terroristas más buscados.

¡Ahora comprendía el comportamiento tan extraño del benemérito!. En fin, que nos quedamos veinte minutos hablando del Señor de la Flagelacion, de amigos comunes, de sus padres que vivían en la calle Caballeros, y de su próxima visita a Jerez. Nos despedimos con un nuevo abrazo. Meses después, me visitó en la emisora y nos fuimos a la Tasca San Pablo a tomar un par de amontillados. Buen tipo el benemérito del bigote. Buen tipo.

jueves, 11 de noviembre de 2010

UN MOSTO EN LA VIÑA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 11/11/2010)

¡Hasta la colcha!. Gente a más no poder. Casi no había donde aparcar, de coches que había. Bien es cierto que era domingo, que eran las tres de la tarde, que lucía el sol, que era principios de noviembre y que el mosto ya comenzaba a estar bueno, por aquello del frío. Para colmo, escucha a tu mujer decirte eso de que mira la hora que es, que ya te lo advertí, que teníamos que haber llegado antes, que tú siempre lo dejas todo para el final… En fin, que después de cuatro vueltas, consigo aparcar y me dirijo a la viña que está a reventar.

Todas las mesas ocupadas, las de dentro y las que les da el solecito. Familias enteras con los niños, los suegros y los tíos abuelos se agolpan entre jarras de mosto y cerveza, rábanos, aceitunitas aliñás, embutidos variados y platos de berza y ajo caliente con cucharás y paso atrás y vamos que nos vamos. Camareros que entran y salen aguantando con heroicidad la tiza en la oreja y la libreta colgada a la cintura. Mucho jaleo… que se note que somos andaluces. Papá me hago pipí. Juan pide otra jarra de mosto que ésta ya está vacía. Niño, deja ya la PSP y ponte a darle patás al balón a ver si nos sacas de pobre. Pepe ya te has manchao la camisa con el menudo y la voy a tener que lavar a mano, que siempre te pasa lo mismo. En fin, lo que es un mosto en noviembre. Una hora estuvimos de pie en la barra, esperando mesa para dos, con una cerveza, un vasito de mosto y un platito ovalado con cinco aceitunas. ¡Jefe, otro mosto para ir haciendo cuerpo y pégale una pataita al olivo, que ya le vale…!. De fondo, la cantinela de ya te lo dije, que teníamos que haber venido antes, y vuelta la burra al trigo. Por fin, una mesa… en medio de todas las mesas. Conseguí, como pude, entrar de perfil y sentarme. Pero cada vez que la obesa señora que tenía a mi espalda se movía me arrinconaba y me dejaba sin respiración apretándome la tripa a la mesa. ¿Qué desean los señores?. Una jarrita de mosto, una sin alcohol y un platito de chorizo, morcón, morcillita, quesito del bueno, y ahora te pedimos la comida.

Otra media hora más y el camarero pasando de un lado a otro y sin noticias del mosto, la cerveza, el chorizo ni nada que se le parezca. ¡Jefe, lo nuestro!. ¡Ya va…!. Así cuatro veces. Y para colmo, oliendo a menudo y berza y nosotros sin comer. ¡Jefe, haga usted el favor!. ¡Bueno, ya estoy aquí. Pero dense prisa porque la cocina ya ha cerrado y solo nos queda alguna chacina, aceitunas y mosto. Es que han llegado muy tarde, tenían que haber venido antes… Miré al camarero y en silencio me acordé de todo su árbol genealógico y de la meretriz de su señora madre. Mientras, mi mujer asentía con la cabeza repitiendo eso de te lo dije, te lo dije…