
(Artículo publicado en Viva Jerez el 13/1/2011)
Artículos y otros comentarios de un periodista del Sur que un día se marcó una senda Sin Límites
(Artículo publicado en Viva Jerez el 30/12/2010)
“Por la compra de tres cajas de comida para gatos, una gratis y además una bolsa de viaje de regalo ”. Una buena oferta, pensé. Tendría comida para mis mininos para los próximos tres meses y, además, me regalaban una bolsa que, por lo que v eía en la foto, tenía muy buena pinta. Al carro con ellas. Seguí la compra y me dispuse a pagar en caja. Era domingo, vísperas de fin de año y el Hiper estaba hasta los topes. Observé una caja con sólo tres personas y corrí presto hacia ella. A esperar tocan, me dije armándome de paciencia. La ley de Murphy hizo el resto, ya saben… el producto al que se le ha caído el código de barras y espere usted a que venga la chica de los patines… que si no se puede leer bien la banda magnética de la tarjeta de crédito y a ver si poniéndole una bolsa podemos arreglarlo… que este paquete de guisantes está abierto y espere que vaya por otro… En fin, lo normal.
Tras quince minutos de espera, me llegó el turno. La cajera me fue pasando todos los artículos y me indicó el importe. Un flash de duda me pasó por la cabeza y mi vista se dirigió directamente al precio de la comida para los gatos en el ticket. Efectivamente me había cobrado las tres cajas y de la bolsa de viaje, nada de nada. Señorita, la oferta decía que una de las cajitas era de regalo. Lo siento, no tengo constancia. Oiga, que hay un cartel… Un segundo que llamo a mi compañera. Oiga que tengo croquetas congeladas en el carro, y a ver si… Diez minutos hasta que la chica de los patines llegó a la caja, fue a la sección de comida para gatos, volvió y verificó que yo estaba en lo cierto. Después, otra llamada de confirmación a la caja central, rectificación del ticket, y excusas varias por el error. ¿Todo bien, señor?. Bueno, me falta la bolsa de viaje… Lo siento, no tengo constancia. ¡Otra vez no…!. Señorita, que el cartel lo indica claramente. Pues reclámelo en caja central con el ticket. Me dirijo a ella y saco número: el 145… y va aún por el 110. Y las croquetas en el fondo del carro, descongelándose. Todo sea por la bolsa de viaje. Quince minutos más tarde me atiende una sonriente señorita. ¿Qué desea?. Le explico lo de la oferta y la bolsa de viaje de regalo. No tenemos constancia. Un segundo que pregunto a mis jefes. Otros quince minutos de espera. Que si es una oferta reciente y aún no nos la han comunicado, que si no sabemos si hay bolsas de regalo… Espere a que la chica de los patines compruebe la oferta en la sección de comida para gatos…
Al final, todo aclarado. Apareció la dichosa bolsa y me la entregaron. Cuando la vi no me lo podía creer. Era minúscula, de plástico del malo. En un chino, no pagaría más de un euro por ella. Y allí estaba yo. Con la ridícula bolsa de viaje en la mano y observando en el carro el efecto del agua descongelada de las croquetas en dos de las tres bolsas de comida para los mininos. Suspiré hondo e intenté tranquilizarme apelando al espíritu de la Navidad.
(Articulo publicado en Viva Jerez el 23/12/2010)
No podía creer lo que estaba viendo. Era ella, la señorita Pilar, mi profesora de primero y segundo de EGB. Paseaba despacio por la calle Corredera, asida al brazo de una chica joven que acomodaba sus pasos al andar sereno de aquella anciana que debía rondar los 90 años. El tiempo había hecho mella en su altiva figura, pero aún atesoraba ese porte distinguido que siempre la caracterizó. Me acerqué y la saludé: Señorita Pilar, buenos días. Supongo que no me recuerda pero… ¡Fernández!, me dijo sin que me diera tiempo a terminar la frase. Si, por supuesto que le recuerdo. Ambos sonreímos y, durante un instante, varios segundos tal vez, el tiempo se detuvo.
Escruté en su mirada, y supongo que ella en la mía, el reflejo de un recuerdo común que nos remontaba a finales de los años 60. Anécdotas, vivencias, amigos… Años pretéritos que rezumaban algo de nostalgia y que de repente volvían a la memoria. Intenté vocalizar algo coherente pero no pude. Era tanta la emoción… Tenía un buen recuerdo de la señorita Pilar. Supongo que uno siempre recuerda con agrado a las personas que, de una u otra forma, le acompañaron a descubrir el hechizo de la vida en su más tierna infancia. Y cuarenta años después, doña Pilar estaba frente a mí…y me recordaba. Supongo que fueron miles los niños que pasaron por sus manos durante su etapa docente, y que recuerda de vista a la mayoría, pero reconozco que me caló profundamente que aún recordara mi apellido. Supongo que era momento para preguntarle qué era de su vida, y cómo se encontraba. Y que yo le hubiera explicado a qué me dedicaba, los hijos que tenía y cómo me iba todo. Pero no lo hice. Tampoco ella lo hizo. Creo que ambos seguimos esa máxima que decía “Si no puedes mejorar el silencio, mejor permanece callado”. Al cabo de unos segundos más, nos despedimos deseándonos lo mejor en las fiestas, en el año nuevo y todas esas cosas que se dicen en estas fechas. Le cogí las manos y se las besé cariñosamente, transmitiéndole un agradecimiento que no había sido capaz de hacerle llegar desde mis labios. Ella siguió andando, despacio, mientras yo, quieto en la acera, la observaba cómo se alejaba consciente de que probablemente era la última vez que la vería. Le debía tanto y me daba tanta rabia no haber podido transmitírselo que estuve a punto de salir nuevamente a su encuentro, pero me contuve.
A veces, los pequeños gestos, una mirada de afecto, una sonrisa de complicidad o un simple apretón de manos, son capaces de manifestar más cosas de las que creemos. Con ese consuelo, seguí mi camino, mientras la señorita Pilar seguía el suyo, supongo que con la satisfacción que el maestro atesora del deber cumplido.
(Articulo publicado en Viva Jerez el 18/11/2010)
Agosto de 1993. Un viaje por la cornisa cantábrica me había llevado a regresar en coche por tierras mañas, adentrarme en el Valle de Arán y, ya puestos, visitar el principado de Andorra. Pasé una mañana contemplando sus iglesias románicas mientras paseaba por las amplias avenidas de su capital, Andorra la Vella. Al atardecer, decidí regresar a España atravesando la frontera que me llevaría directamente al Alto Urgel catalán. A unos 10 kilómetros de la frontera, ya como digo en España, una pareja de la Guardia Civil me conmina a que me detenga a un lado de la carretera. Uno de los beneméritos se acerca a mi ventanilla. Buenas tardes, documentación por favor, esto es un control rutinario, no es necesario que se baje del vehículo, etc, etc.,
Mientras, el otro, que lucía un benemérito bigote, aguardaba junto al coche patrulla… hasta que miró y le miré. Sus ojos se abrieron, su mano derecha se dirigió instintivamente a la pistola y con un gesto firme llamó la atención de su compañero. Algo le debió decir al oído porque a partir de ese momento... todo cambió. ¡Salga usted del vehículo, abra el maletero y saque todo lo que lleve!. ¡Oiga, que no llevo nada de...!. ¡Cállese!. Sus miradas, especialmente la del benemérito bigote, me escrutaban cada movimiento que hacía. Me sentía vigilado. No sabía lo que estaba pasando. ¿Qué había visto en mí ese Guardia Civil?, me preguntaba nervioso. Hasta que me pidió el DNI. Me miró fijamente y se acercó despacio con el carnet en la mano. ¡Aquí pone que usted es de Jerez!. ¿De qué parte?. Casi no pude responder. ¿A qué venía eso?. Titubeando le dije que del barrio de Santiago, de la calle Justicia... En ese justo momento dio un respingo hacia atrás y ese bigotudo benemérito sacó a relucir una sonrisa hasta entonces desaparecida en combate. ¡Coño, tu eres er de Onda Jerè!, me espetó en un andaluz jerezano que me sonó a gloria. ¡Dame un abrazo, paisano. Resultó que era de La Granja, que estaba destinado en ese rincón de la piel de toro, que era hermano de La Amargura y que hacía diez meses que no bajaba a ver a la familia. Me confesó que al verme en el coche recordó que mi cara le resultaba familiar, quizá de las fotos que tenían en el cuartel de los terroristas más buscados.
¡Ahora comprendía el comportamiento tan extraño del benemérito!. En fin, que nos quedamos veinte minutos hablando del Señor de la Flagelacion, de amigos comunes, de sus padres que vivían en la calle Caballeros, y de su próxima visita a Jerez. Nos despedimos con un nuevo abrazo. Meses después, me visitó en la emisora y nos fuimos a la Tasca San Pablo a tomar un par de amontillados. Buen tipo el benemérito del bigote. Buen tipo.