miércoles, 16 de junio de 2010

LA HOGUERA DE LAS VANIDADES

(Artículo publicado en Viva Jerez el 17/6/2010)
Fue a finales del siglo XV. El dominico Girolamo Savonarola, vestido con andrajos y con una cruz entre sus manos, predicaba en Florencia contra la inmoralidad y la corrupción de laicos y eclesiásticos. El 7 de febrero de 1497, martes de carnaval, levantó en una plaza la célebre Hoguera de las Vanidades, en la que instó al pueblo a quemar todo cuanto les podía proporcionar ocio y placer. Esta destrucción tenía como objeto la eliminación de aquello que se consideraba pecaminoso, incluyendo objetos de vanidad como espejos, maquillajes, vestidos refinados, incluso instrumentos musicales. También tenía como objetivo los libros inmorales, manuscritos con canciones seculares y cuadros, así como pinturas originales sobre temas mitológicos clásicos realizados por Sandro Botticelli, puestas por él mismo en la hoguera. Los registros dicen que la pirámide de fuego tenía veinte metros de alto y que su base mostraba un perímetro de noventa.

En nuestros días, el discurso sobre la Hoguera de las Vanidades se ha reactualizado aludiendo a la frivolidad, al consumismo, a la especulación y despilfarro de ciertos sectores de la sociedad. Hace seis siglos, la vanidad surgía directamente de la Iglesia y más en concreto de las orgías protagonizadas por el papa Borgia Alejandro VI. Hoy, la vanidad la interpreta cierta clase política, financiera, económica y social que, presa de una insaciable gula de dinero y poder, ha engordado el becerro de oro hasta que éste ha reventado en mil pedazos. Y la globalización ha hecho el resto. El pozo económico, la crisis global en la que ahora estamos sumidos es fruto de una vanidad que, en parte, todos hemos ayudado a engordar. Ahora, los grandes mandamases del poder nos proponen encender una hoguera en la plaza de cada ciudad y arrojar a ella parte de nuestras vanidades. Parte de nuestro sueldo, de nuestro bienestar, de nuestro modus vivendi.

Pero en este fuego fatuo también caben otras vanidades más privadas: la ostentación y la pedantería de tener más que el vecino; el vivir en definitiva por encima de nuestras posibilidades. Y ese es un ejercicio individual. Ningún gobierno tiene capacidad para obligarnos a despojarnos de esas mochilas de humo. Somos nosotros, cada uno de nosotros, los que debemos deshacernos de esa carga de vanidad y presunción arrojándola directamente a la hoguera más cercana y observando a continuación cómo ésta la convierte en cenizas.

jueves, 10 de junio de 2010

LA DICTADURA DE LA BELLEZA


(Artículo publicado en Viva Jerez el 10/6/2010)

Cada vez estoy más convencido de que la belleza, ese preludio hechicero del amor, depende de nuestra mirada. Aunque a los marchantes de la moda y a los teóricos de la horterada les convenga afirmar que la belleza se establece según cánones artificiosos, lo cierto es que en cada época han convivido infinidad de cánones dispares cuya vigencia no se extendía más allá de la mirada de un hombre que se posaba sobre una mujer para encumbrarla con su devoción. Rubens, a través de su mirada más flamenca y barroca, supo hacer bellas a las celulíticas más orondas. Murillo convirtió en vírgenes a las cantineras con las que se tropezaba en los tugurios más íntimos de Sevilla. Y como éstos podría poner otros ejemplos.

No hay amor sin una mirada previa que nos configure a la medida exacta de los anhelos ajenos, del mismo modo que no hay belleza en términos absolutos, sino que la belleza, para existir, requiere de unos ojos que chispeen ante su presencia. Y es que vivimos en una sociedad obsesionada por la juventud y la belleza. Las revistas femeninas ignoran a las mayores de cincuenta años. Tratan de evitar sus fotografías, y cuando no les queda más remedio que mostrar a famosas de cierta edad, acuden prestas a la magia del Photoshop. En cuanto a las presentadoras y periodistas que salen en la pequeña pantalla, o bien son jóvenes, o aparecen caricaturizadas o bien se intenta que no aparenten su edad. El mensaje es obvio: las mujeres más representativas de nuestra sociedad pueden ser visibles en tanto sean bellas (según el canon vigente) y jóvenes (o lo aparenten), aun cuando trabajen mal. Y qué decir de nosotros. Ya no se lleva eso de comparar la hermosura del oso con el hombre. La dictadura de la belleza también nos ha invadido y ahora el canon de la perfección pasa por músculos marcados, tabletas de chocolate en el vientre y torsos depilados. Pero he de reconocer que en el caso de los hombres se hace más la vista gorda y, en muchos casos, aún sigue perdonando la barriguita de los cuarentones como elemento inherente a la condición masculina.

En cualquier caso, quiero pensar que esta dictadura insensata de la belleza remitirá pronto. Es por ello que considero que no lograremos despojarnos de nuestros complejos hasta que no aceptemos que tenemos que gustar al otro; no a cualquier otro, sino a ése que un día elegimos para que nos mejore con su mirada al margen de los cánones impuestos; a ése que nos complementa con su presencia, a ése que elegimos para que fuera el espejo en el que poder contemplarnos sin tapujos, con nuestro equipaje de años, arrugas y adiposidades.

jueves, 3 de junio de 2010

RENGLONES TORCIDOS

(Articulo publicado en Viva Jerez el 3/6/10)

El próximo 15 de junio se celebran 33 años de las primeras elecciones democráticas en nuestro país tras cerca de cuarenta de dictadura franquista. Fue en 1977. Ese día, los españoles tuvimos la oportunidad de expresarnos libremente en las urnas, de elegir a nuestros representantes públicos en el Congreso de los Diputados en plena libertad, sin censuras. No voy a hablar de los años vividos desde entonces, con sus luces y sus sombras. Considero que lo importante de este periodo ha sido la convicción mayoritaria de haber alcanzado una conciencia democrática que nos ha hecho superar los miedos y las sombras del pasado, a la vez que ser más libres, pese a los que se empeñan en recuperar el mito machadiano de las dos Españas.

Pero hoy, en este artículo, quisiera acordarme de esos personajes públicos y anónimos que propiciaron la llegada de la Democracia. Hombres y mujeres que en la clandestinidad lucharon por mantener ese halo de esperanza en una sociedad marchita y anquilosada. Héroes que engrosaban listas negras, participaban en mítines y reuniones ilegales y que pasaron en más de una ocasión por la cárcel y por la represión más cruel. Esos rojos (todos los contrarios al régimen impuesto por el general de bigotillo recortado eran calificados así) que levantaron el puño de la libertad creando o resucitando organizaciones como USO, CNT, Comisiones o UGT. Militantes de base del PSOE, PCE, PTE, PSA-PSP... que alzaron el brazo para exigir derechos. Curas obreros que colgaron la sotana más retrógrada del nacional catolicismo. Estudiantes henchidos de hormonas de libertad al amparo del Che, Raimon o la Joven Guardia Roja. Desconocidos vecinos de bloque que, por fin, un día levantaron la cabeza... Hoy es fácil entrar en política, militar en cualquier formación, expresarse libremente en los medios de comunicación, en la calle. Incluso, cualquiera que se lo proponga, sin convicciones políticas previas, puede llegar a ser concejal, alcalde o diputado. Pero entonces, todo estaba por conseguir. La lucha era por la Libertad, con mayúsculas.

Ahora, que en España la política se escribe con renglones torcidos, fruto de la más vergonzosa crispación, pienso en esos artífices de la democracia que salieron del pueblo y volvieron a él con la satisfacción del deber cumplido. Muchos quedaron en el camino. Otros siguen aquí, paseando sin prisa por la calle Larga y respirando hondo un aire de libertad que ellos, en parte, ayudaron a conseguir. Una libertad que hoy se está pervirtiendo por las ansias de poder de algunos tecnócratas y trepas sin escrúpulos que ascienden por la pirámide de la política ansiando despachos y sillones prestados a los que se aferran como un clavo ardiendo.

miércoles, 19 de mayo de 2010

A MI AMIGO ALFONSO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 20/5/10)

Se llama Alfonso. Tiene 57 años y no recuerda nada. De vez en cuando voy a verlo a su casa en un intento vano de hacerle recordar parte de su pasado. Pero es inútil. Para él, soy alguien al que ve cada día por primera vez. En ocasiones, cuando entro en su habitación, me lo encuentro mirando por la ventana, con la mirada perdida, ausente. Me gustaría saber en qué piensa, qué siente un enfermo al que un montón de neuronas le arrebataron de raíz sus recuerdos. El pasado lunes le hice una visita. Me senté a su lado, le agarré de la mano y volví una vez más a presentarme. Soy Esteban, tu amigo. Igual no me recuerdas pero soy tu amigo. Alfonso, vengo a pasar un rato contigo. ¿Cómo te encuentras?. Me miró fijamente intentando escrutar en mí algún recuerdo del pasado. Reconozco tu voz, me dijo, pero... Le apreté la mano mientras él bajaba despacio el rostro.

Ya casi no habla. He seguido su enfermedad desde que se la diagnosticaron y su degradación ha sido evidente y demasiado rápida. Recuerdo cuando me lo dijo. Es degenerativo, afirmó. Lo he leído en Internet. Pero eres muy joven y tienes toda la vida por delante, Alfonso. No puede ser. Los médicos deben haberse confundido… Y ahora, años más tarde, aquí me encuentro. Frente a frente con un amigo que necesita, ahora más que nunca, una mano a la que agarrarse. Marisa, es toda su vida; su única vida. Es una mujer menuda pero valiente. Ajada pese a su juventud pero fuerte de carácter, vive por y para él. Supongo que eso es amor, en mayúsculas, sin aspavientos ni golpes de pecho. El Alzheimer es una enfermedad progresiva y degenerativa del cerebro para la que no existe recuperación. Y, en contra de lo que se piensa, no sólo afecta a ancianos, sino que cada vez se dan más casos en personas de 40 y 50 años. Es la más común de las demencias. Lentamente, la enfermedad ataca las células nerviosas en la corteza del cerebro deteriorando así las capacidades de la persona de controlar las emociones, reconocer errores y patrones, coordinar el movimiento y recordar. Al final, la persona pierde toda la memoria y funcionamiento mental.

Es ahora la cuarta causa principal de muerte en los adultos y, a menos que se desarrollen métodos eficaces para la prevención y el tratamiento, la enfermedad de Alzheimer alcanzará proporciones epidémicas para mediados del siglo. Alfonso, sé que no podrás leer este artículo, y aunque alguien lo haga por ti, tampoco entenderás bien su significado. Pero quiero que sepas que tienes un pasado, como todo el mundo, y que ha sido maravilloso. Y que tienes amigos que te quieren y que recuerdan por ti los momentos más felices de tu vida. Un fuerte abrazo, amigo.

miércoles, 12 de mayo de 2010

POLITICAMENTE CORRECTO


Estoy cansado. Harto de los extremos a los que hemos llegado en esta sociedad pretendidamente igualitaria. Hastiado de los excesos a los que nos someten los nuevos adalides de una democracia mal entendida. Fastidiado por tener que comulgar con ruedas de molino cada vez que hablo o escribo en determinados foros como éste. Siempre hay alguien escondido tras unas siglas rimbombantes que se aferra a una expresión, a un comentario o a una simple palabra sacada de contexto para tacharte de homófobo, machista, racista o xenófobo. Y ya no se trata de la ofensa gratuita a las minorías, medianías o mayorías sociales, que es execrable a todas luces. Hablo de tener necesariamente que coger el rábano por las hojas cada vez que se habla con el propósito último de quedar bien con todo el mundo.

De tener al lado el diccionario de lo políticamente correcto para revisar mientras se escriben las palabras que “no deben pronunciarse” (aunque aparezcan en el RAE y se hayan utilizado desde siglos), por otras que sí están “permitidas” y que presumiblemente no incomodan a una sociedad a la que le trae al pairo este tipo de eufemismos ridículos y circunloquios absurdos de género o condición para referirnos a personas o situaciones. Y es que es fácil que la corrección política se deslice con naturalidad hacia los extremos. En este artículo, como comprobarán, no he puesto ejemplos porque estoy convencido de que me atestarían la bandeja de entrada de mi buzón con insultos, descalificaciones y demás lindezas envueltas, muchas de ellas, en halos aleccionadores y llamadas constantes a la contrición de mis pecados cual oveja descarriada. Pero estoy seguro de que en la mente de muchos de ustedes aparecen cientos de ejemplos de la vida cotidiana. De hecho, les confieso que me ha costado escribir estas líneas. He borrado varias frases y palabras susceptibles de ser políticamente incorrectas, en un claro ejercicio de autocensura, consciente de que no puedo abstraerme al hecho de vivir en sociedad, pero sí de criticarla cuando crea oportuno. Pero en las distancias cortas, yo seguiré llamando negro a un amigo de color y ciego a un invidente con el que he pasado más de una noche de juerga. Y le contaré un chiste de mariquitas a un amigo gay y le diré viejo a mi padre, y hablaré de borrachos en vez de beodos, y de criada en vez de asistenta, y de aborto antes que de interrupción voluntaria del embarazo.

Creo que, al final, la cuestión no es “lo que se diga” sino “cómo” se diga. En mi caso, respeto profundamente a todos, y los que me conocen así lo atestiguarán. Y ahora, si a alguien incomodé con mi artículo, adelante: abajo tienen mi web. La hoguera está preparada y el reo dispuesto a que lo quemen para escarnio público. Pero seguro, que en el fondo, la mayoría piensa como yo.