miércoles, 10 de julio de 2013

EL MOSQUITO


(Artículo publicado en Viva Jerez el 25/6/2013)
Estaba cansado. El día había sido duro y caluroso. ¿Quién dijo que este año no iba a ver verano? La mañana trabajando, mediodía de reunión familiar y tarde de compras. Un día completito y, para colmo, me había perdido mi sagrada siesta vespertina que, parafraseando al malogrado Cela acostumbro a dormirla “con padre nuestro, pijama y orinal” (lo del pijama lo suscribo, lo del padre nuestro menos y lo del orinal… me suena a una guarrada a esta alturas). En fin, que allí estaba yo después de una dura jornada, recostado en el sofá mientras comenzaba a sentir cómo los párpados cedían lentamente. Justo después de la tercera cabezada, y visto que en la tele solo ponían reposiciones infumables, decidí acostarme. Eran las once pero nada me hacía suponer la nochecita que se avecinaba. 

Todo fue bien las tres primeras horas pero, al filo de la dos de la madrugada, un zumbido fino, hiriente, desagradable e insoportable me taladró el tímpano haciéndome despertar al instante. No sé si a ustedes les pasa lo que a mí, pero me siento incapaz de dormir ante la presencia de un mosquito que no tiene otra cosa que hacer (y mira que es grande la habitación), que pasearse desafiante por mi oído emitiendo su inconfundible e insufrible zumbido. Encendí la luz, me puse de pié en la cama y armado con mi letal almohada de látex me dispuse a acecharlo. Lo oía. Sabía que estaba en algún lugar de la habitación, pero no lo veía. Para colmo, sentí un ligero escozor en la pantorrilla; síntoma inequívoco de que el maldito insecto volaba con, al menos, una gota de mi sangre en su panza. De repente lo vi. Estaba posado junto a la mesita de noche. Respiré hondo, me acerqué despacio, reconocí el terreno y… ¡almohadazo que te crió!. El resultado fue una lamparita rota y el rolex que había dejado en la mesita revoleado por el dormitorio. Busqué su cadáver sin éxito, así que me volví a acostar con la sonrisa de la victoria en mis labios. No habían pasado ni diez minutos cuando volví a sentirlo traspasar mi oído, el tímpano, el martillo, el yunque y adentrase en lo más hondo de mi cerebro hasta hacerme perder los nervios. Vuelta a encender la luz y a trazar una nueva estrategia. Así toda la noche hasta que el reloj no marcó las seis. 

Recuerdo el momento como si lo estuviera viendo. Ese mosquito, descansando tan plácidamente en el techo y esa almohada de látex impactando sobre él. No lo toqué. Allí quedó para la posteridad. Aplastado, ensangrentado y pegado al techo. Cada noche, al acostarme elevo mi mirada y lo veo. Estoy seguro que es la mejor advertencia para otros congéneres que quieran desafiarme. ¿Qué se han creído?. ¡No saben con quién están tratando!. ¡Vamos, hombre!.  Y es que yo soy así…

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