jueves, 30 de septiembre de 2010

BICIS POR LA ACERA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 30/9/2010)

Jueves pasado. Voy de vuelta del trabajo por calle Porvera cuando observo la siguiente escena. Una joven pasea a su bebé en el carro cuando, de repente un ciclista, sorteando peatones por la acera, se desequilibra e impacta contra el cochecito. Imagínense, con razón, las airadas voces de esa madre que creía estar segura con su hijo en la acera. Afortunadamente todo acabó en un susto. Antes de que nos diéramos cuenta el ciclista se había vuelto a montar desapareciendo a gran velocidad mientras la multitud le increpaba. Alguien que me reconoce me dice: “Esteban, escribe algo sobre esto. Ya está bien la impunidad con la que los ciclistas circulan por la acera. Estoy harto de pegar saltos y asustarme cuando me "tocan" el timbre para que me aparte, aún caminando por mi derecha y en la acera”. Desde ese día he prestado más atención y he observado cómo han proliferado las bicis por las aceras de calles peatonales como Larga o Algarve, o en plazas como Plateros o Arenal. Vamos por partes. Al ser considerado un vehículo, y según la normativa, la bicicleta debe circular por los mismos sitios y en las mismas condiciones que otros medios de transporte mecanizados; esto es, por la calzada o carril bici si lo hubiere. Las aceras son el lugar natural del peatón y no el del ciclista que las invade. Bien es cierto que muchos ciclistas suelen “huir” de la calzada hacia la acera por el peligro que supone circular junto a los coches. Un vacío legal “permite” su presencia en las aceras siempre que transiten a paso de peatón, respeten una distancia mínima y bajo la premisa del “sentido común”. Y aquí empieza el problema. Por un lado, la mayoría de ciclistas campan a sus anchas por las aceras. Por otro, los peatones no tienen interiorizada (y no tienen por qué tenerlo), la presencia de ciclistas en las aceras. No prevén que un ciclista les vaya a aparecer inesperadamente al girar una esquina (un camarero que sale para servir una terraza, una madre que pasea a su hijo o una persona que sale de una tienda o del portal de su casa). Opino que no debe perjudicarse a la mayoría que disfruta de la tranquilidad de un paseo con sus hijos o sus mayores que, en ocasiones, se sienten intimidados por ciclistas que los adelantan por ambos lados, a velocidad inadecuada, sin respetar la distancia reglamentaria, y a bordo en algunos casos, de recias bicicletas de montaña. No me cierro en banda en este asunto (porque también soy ciclista), pero la falta de acuerdo entre ambas posiciones y el libertinaje del que hacen gala cada vez mas ciclistas por las aceras, hacen necesaria una ordenanza que regule, de una vez por todas y de manera clara y concisa, la circulación de bicicletas, tal como sucede en otras ciudades como Cádiz o Madrid.

jueves, 23 de septiembre de 2010

EN CALIENTE

En ocasiones, una palabra fuera de lugar, un hecho poco acertado o un gesto innecesario puede dar al traste con todo. A veces, sin querer llegar a un extremo determinado, se cometen errores que a la larga pueden derivar en una situación no deseada. Una amistad, una relación amorosa, un acuerdo empresarial o un simple compromiso pueden irse al traste por un malentendido. Es en ese momento de ofuscación cuando se dicen cosas que no se piensan, cuando se alza la voz innecesariamente o cuando actuamos de una forma brusca sacando lo peor de nosotros mismos. Una reacción desaforada que, la mayor parte de las veces, mimetiza la persona que tenemos delante y que provoca a la postre una sucesión creciente de descalificaciones.

Este tipo de situaciones es fácil observarlas en una pareja de enamorados que, tras una riña, sacan a la luz todo lo que llevan dentro y se lo lanzan unos a otros como flechas envenenadas. Después vendrán los “lo siento”, “no quise decir eso”, “se me llenó la boca, pero tu sabes que no pienso lo que dije”... Pero ahí queda eso. Ocurre también en algunos automovilistas que, por un simple toque de claxon advirtiendo que el semáforo se ha puesto en rojo son capaces de gritar airadamente primero, de insultar después y al final encenderse hasta el punto de bajarse del coche y llegar a las manos. Después vienen los arrepentimientos, los “no debí hacerlo” o “mejor me hubiera callado”. Pero la calentura del momento nos lleva a extralimitarnos y a no pensar en frío. Lo penoso de esto es que, fruto de esta absurda o airada salida de tono pueden irse al traste duraderas relaciones de amor, amistades de años o importantes proyectos laborales. Y todo por un absurdo sentido de orgullo mal entendido que nos impide dar un paso atrás o simplemente reconocer los errores. Morderse la lengua, en ocasiones, puede ser la solución. Cerrar los ojos y contar hasta diez mientras se respira rítmicamente, puede ser otra. Pero claro está, cuando nos encontramos en esa situación es difícil contenerse y el que más o el que menos salta y suelta todo lo que lleva dentro. Cada uno de ustedes se verá reflejado en lo que digo, porque a todos se nos ha ido la pinza en alguna ocasión fruto de l ofuscación del momento.

En fin, que somos humanos, con nuestros defectos y nuestras virtudes. ¿No están de acuerdo conmigo?, ¿Qué no?. ¿Qué yo no llevo la razón?. ¡Eso no me lo dicen dos veces…!. Les espero en la calle, y como les coja les voy a.... Mejor cuento hasta diez. (era una broma).

miércoles, 15 de septiembre de 2010

ARRANQUE DE VIÑAS

(Artículo publicado en Viva Jerez el 16/10/2010)

Creo que si hubiera un manual de hacer rematadamente mal las cosas, éste se habría convertido en libro de cabecera y de consulta constante para esa panda de ineptos que han precipitado al sector vitivinícola de Jerez al vacío más profundo y oscuro. Atiendan a esta noticia publicada este martes en la prensa: “Muchos viticultores del marco de Jerez dejarán la uva en el campo este año porque no les compensa el precio del cultivo que es ya el más barato de Europa, por debajo incluso del de La Mancha. Un dato: en el año 2002 el precio del kilo de uva era de 63 pesetas. La actual campaña se paga en el mejor de los casos a 20 o 25 pesetas”. Me pregunto cómo hemos llegado a este punto. Quién o quiénes han sido los responsables de esta situación. Qué hemos hecho mal para que el vino de Jerez pase por sus peores momentos. Es probable que todos, he dicho bien, todos debamos entonar el mea culpa por lo que nos está pasando. Aún recuerdo la crisis vitivinícola de finales de los 80 y principios de los 90. Con la perspectiva del tiempo, puedo llegar a comprender la necesidad, entonces, de una reconversión industrial que propiciara una mayor competitividad aún a costa de la salida de cientos de trabajadores de las bodegas y de otras empresas del sector.

Pero ¿De qué sirvió?. Desde entonces, vamos cuesta abajo y sin frenos. Y lo peor es que aún no hemos tocado fondo. Jamás entenderé –que alguien me lo explique- las razones del arranque de viñas. Miles de hectáreas de viñedos centenarios arrancados de cuajo durante los últimos dos decenios en virtud a no sé qué programa comunitario. ¿Nadie explicó a los gerifaltes de Bruselas la importancia económica, cultural y social de este cultivo en la zona?. Pues bien, todos hemos asistido con pasividad al arranque de nuestro patrimonio más valioso sin apenas decir esta boca es mía. Eso sí, poniendo la mano para recoger las treinta monedas que nos lanzaban al suelo envueltas en papel de subvenciones. El vino de Jerez, desde entonces, ha perdido peso. Se han cerrado bodegas, fábricas de tapones, de cartonajes, de etiquetas… de botellas. Esto, unido a una pésima política comercial, a una casi nula inversión publicitaria y a la entrada de multinacionales sin escrúpulos, propició una caída en picado que parece no tener fin. Otras denominaciones nos han adelantado por la derecha y han situado sus caldos en las mesas de los mercados más importantes, mientras que en Jerez desde hace años asistimos sin sangre en las venas a este atraco a mano armada perpetrado a miles de kilómetros por mandamases encorbatados que desconocen el proceso de elaboración y crianza del mejor vino del mundo. ¡Ya está bien!.

jueves, 9 de septiembre de 2010

LA COLECCION



Les confieso que el artículo de hoy ha pendido de un hilo. A punto he estado de hacer dejación de mi responsabilidad semanal con Viva Jerez por la angustia y desazón que me envuelven. Incluso ahora, al escribir estas líneas, el recuerdo de su ausencia sigue martilleándome el alma. Pero al final, le he echado bemoles y aquí me tienen un jueves más. Ocurrió ayer. Paseaba por la calle cuando la vi en el quiosco. Nos cruzamos la mirada unos segundos, los suficientes como para recorrerla de arriba abajo. Me cautivó. Continué avanzando, no sin antes girar la vista atrás en un par de ocasiones para volver a verla. Estuve a punto de darme la vuelta y hacerme con ella. Pero no lo hice... y me arrepentí.

He pasado una mala noche, pero he despertado feliz por haber tomado la decisión correcta. ¡Iría a por ella!. Una oportunidad así no se presenta todos los días. Estaba seguro que me estaría esperando en el mismo lugar. Mis pulsaciones aumentaban a medida que me acercaba. Por fin llegué y... no estaba. La busqué, pero nada. Pregunté por ella. ¡Se han adelantado!, me dijo el quiosquero. ¡No puede ser!. Estaba convencido que tenerla en casa era lo mejor que podía pasarme en la vida. Así que la busqué de quiosco en quiosco. Pero en todos me daban la misma respuesta: ¡Llegaste tarde, vendí la última!. ¿Cómo pudo ocurrirme?. He perdido la oportunidad de hacerme con.. ¡La gran colección de dedales del mundo!. Me pregunto dónde estará ahora ese dedalito que ayer, en su cajita transparente asida al cartón y envuelto en esa ligera lámina de plástico, parecía decirme: ¡cómprame!. Son las cuatro de la tarde. En unos minutos terminaré el articulo y en una hora, me vuelvo a la calle en busca de mi colección. Me faltan los quiscos de las grandes superficies, que abren por la tarde, y aun están los de El Puerto, Sanlúcar, Arcos... Cuando cierro los ojos y pienso en el dedal dorado del Líbano, en esa cabecita de ciervo incrustada en el dedal de Croacia o en la delicada obra de arte hecha dedal por los indios incas del Perú, se me ponen los vellos como escarpias y pienso cómo he podido vivir estos años sin ellos. Sí, es cierto que la colección de babuchas del mundo, las de cajitas de té del Indostán o la gran enciclopedia del cangrejo riojano me llenaron mucho en su momento, pero ninguna de ellas se asemeja a los dedales.

Solo son 330 y con el número 2 te regalan la caja expositora en madera de color caoba oscuro. Ya la estoy viendo en un lugar preferente en el salón para envidia de mis amigos. Además cada dedal está acompañado de un fascículo explicativo de 40 páginas que al final conformarán 12 tomos encuadernados con ilustraciones a todo color. Todo un lujo, oigan. Me voy rápido a ver si se me adelantan de nuevo...