miércoles, 13 de febrero de 2013

JEREZ ME DUELE


(Artículo publicado en Viva Jerez el 14/2/2013)
Hasta cuatro veces he iniciado este artículo y otras tantas he vuelto atrás. Probablemente porque me duele tener que referir hechos que, de alguna manera, forman parte de mí mismo, por haber nacido aquí y amar esta tierra. Mi trabajo en la televisión me está llevando últimamente a ahondar en la historia reciente de Jerez, en un pasado de documentos en sepia, ajadas fotografías en blanco y negro y cintas en rollos de Super8. Y el pasado que aparece ante mis ojos es el de un Jerez con una industria vinatera que daba miles de puestos de trabajo en bodegas, viñas y empresas auxiliares; el de media docena de cuarteles militares que animaban las calles de quintos de color caqui; el Jerez de tres azucareras que, a cambio del mal olor, nos traían centenares de puestos de trabajo; el de una Caja de Ahorros de Jerez perdida en la noche de los tiempos por los experimentos con gaseosa de las fusiones; el Jerez de las animadas casas de vecinos de Santiago, San Miguel o San Pedro que hoy se caen a pedazos sin nadie que lo remedie. No digo que la solución deba pasar por una vuelta atrás en el tiempo. Pero sí tenerlo presente para recuperar lo perdido. 

Y debemos empezar diciéndoles a nuestros hijos que Jerez no es esa oscura ciudad que sale en los telediarios por liderar los datos del paro, o por las huelgas de la basura, los autobuses o los comedores escolares. Que Jerez posee un potencial que debemos rehacerlo entre todos, conociéndolo y enseñándolo a nuestros jóvenes para que apuesten y emprendan afrontando su futuro sin necesidad de emigrar a otros lares. Muchas ciudades quisieran tener el nombre, la imagen de marca que a nivel mundial se ha granjeado Jerez y sus vinos a lo largo de siglos de historia. Muchas ciudades pagarían por la riqueza artística de nuestros monumentos o por el patrimonio de la humanidad que supone el flamenco, rezumando arte en cada rincón, o por una Escuela Ecuestre con la categoría de nuestros universales caballos o por un Circuito de Velocidad de primer orden. Y qué decir de la grandeza de su gente, de la posición geográfica a un paso del mar y la sierra, de su aeropuerto, de su colorida Feria del Caballo y su inigualable Semana Santa, de una Navidad de zambombas y belenes, de su Zoobotánico, del Festival de Jerez y de su Teatro Villamarta…

Es curioso, pero inicié este artículo con reticencias pero lo acabo con esperanza. Nací y vivo en esta ciudad y deseo que mis hijos tengan la oportunidad de hacerlo. Sé que no es tarea fácil a tenor de la que está cayendo. Pero mejor intentarlo que dejarnos caer, apostar que darnos por vencido. Conseguirlo es una labor de todos, no solo de la administración. No tengo la fórmula pero lo que sé es que lo primero debe ser creérnoslo y lo segundo apostar por Jerez en la medida de cada uno. Ser emprendedores puede ser una de las salidas. Ejemplos hay muchos. Nos va en ello el presente, pero sobre todo, nuestro futuro y el de nuestros hijos. 

miércoles, 6 de febrero de 2013

TABANCOS


(Artículo publicado en Viva Jerez el 7/2/2013)
Me gusta la palabra “Tabanco”. Es jerezana y me suena a solera, a vino y trasiego, a cante por bulerías al compás de unos nudillos que golpean un ajado mostrador de madera. A la cultura de un pueblo, el jerezano, que une genio y arte, cadencia y alegría. Acostumbraba, en mis tiempos mozos, a recorrer uno a uno los viejos tabancos de Jerez. Acompañado de mi fiel amigo Pedro, establecíamos una ruta por esos sugestivos refugios de nostálgicos por donde parecía que nunca pasaba el tiempo y en los que se bebía vino a granel, servido en “vasos o vasucos” directamente de la bota acompañado con queso, sardinas en salazón y arencones en papel de estraza. Recuerdo “La golondrina”, en la barriada de La Plata; el tabanco de los Páez, en la calle Juan de Torres; los “Pare y Beba” que proliferaban por toda la ciudad; los tabancos de Antonio Martín “El Nono” y “El Gallego”, en San Agustín; “La pandilla”, en calle Valientes; “El guitarrón” en calle Doctrina; el Tabanco “Eloy” en la calle Bizcocheros; y decenas más de unos despachos de vino que en otros lares denominan tascas, tabernas o cantinas. Pero permítanme que hoy me centre en los únicos que, como tales y guardando la esencia del pasado, quedan abiertos en la ciudad. “El Pasaje”, en calle Santa María y “San Pablo” en la calle del mismo nombre. 

El primero continúa fiel a su tradición centenaria despachando el vino (por cierto que tienen un palo cortado de Maestro Sierra y un amontillado de Viña La Constancia… de impresión, oigan) acompañado de alguna tapa de queso, chacinas o frutos secos. El buen flamenco, el de aquí, es otro sugerente atractivo con el que nos deleita periódicamente este tabanco con sabor y olor a Jerez. El segundo  (que muchos siguen denominando Tasca San Pablo, en vez de Tabanco) es uno de mis lugares de culto enológico y de charla animada con mis amigos de siempre. Un amontillado, acompañado por unas aceitunitas y unos cacahuetes, me hacen revivir cada vez que me adentro en este establecimiento mientras observo sus carteles de toros y sus anuncios de unos vinos que ya desaparecieron en la noche de los tiempos. A Jesús te lo encuentras en ocasiones detrás de la barra, sirviendo animadamente un “vaso” o una tapita de chicharrones. Otras, charlando con sus clientes/amigos al otro lado.  Jóvenes y mayores deambulan cada día entre los bancos de madera vieja, mientras las palomas entran y salen con un medido descaro a la caza de algún resto de cacahuete en el suelo y un tímido rayo de sol se cuela en el interior. 

En Jerez, de un tiempo a esta parte, han aparecido otros como el Tabanco Plateros, La Bodega, La Sureña, San Pedro o el que próximamente abrirá sus puertas en la plaza Rafael Rivero: el Tabanco de mi buen amigo César. Me alegra el renacer de estos lugares de culto tan jerezanos y que, además, el Ayuntamiento los haya apoyado dando un paso adelante y fomentando una interesante ruta por ellos. Yo me apunto el primero. Mi amigo Pedro, seguro que me acompaña…