miércoles, 23 de febrero de 2011

JEREZ, AMOR Y ODIO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 24/2/2011)

Tengo, y así lo confieso públicamente, una relación Amor-Odio con esta ciudad. Esta aparente contradicción, que tiene una base empírica de casi medio siglo, hace que Jerez me atrape, me cautive entre sus fronteras invisibles pero, casi en paralelo, me ahogue y presione de tal forma que, en ocasiones, precise dar dos pasos atrás marchándome unos días fuera para respirar aire fresco y contemplarla en perspectiva. Considero que el amor pasional que tengo por la ciudad que me vio nacer me capacita para criticarla cuando y como lo crea oportuno. Y lo pienso hacer ahora.

Me voy a referir, en particular a esos que se permiten el lujo de opinar, de interferir gratuitamente en tu vida privada aún sin conocerte o porque conocen al primo hermano del cuñado de tu tía abuela. Esos que ven la paja en el ojo ajeno y hacen de esa máxima una forma de vida. Esos que critican tu forma de vestir, de actuar o de comportarte. Esos que fiscalizan tu vida poniéndole etiquetas. Personajillos de pueblo sin estación que te dicen a la cara que son muy tolerantes, que jamás se meterán en la vida de los demás y que cada uno puede hacer con su vida lo que quiera… y que, cuando les das la espalda, te clavan el puñal de la falsedad y la traición denostando ante terceros tu forma de actuar en la vida. De esos, desgraciadamente aquí en Jerez, los hay a patadas, sin un perfil definido. Justifican su mediocridad mirando furtivamente a través de la cerradura ajena y criticando lo que ven. Presumen de conocer la vida y milagros de los que les rodean y la cuentan en los foros menos indicados siempre con las mismas coletillas: “No se lo digas a nadie, pero resulta que fulanito…”, “Me han contado que menganito…” o “¿Te has enterado que…?. Actitudes que probablemente sean inherentes a nuestra más secular tradición pueblerina, pero que me provocan una sensación de ahogo cuando las padezco en primera persona o cuando afectan a la gente de mi entorno más cercano. Y es que Jerez, y lo digo sin ambages, sigue siendo un pueblo. Sí, un pueblo grande, con casi 220.000 habitantes pero, en definitiva, un pueblo. Entiéndase esta sentencia con el mayor cariño que le profeso y con la doble lectura que puede adoptar este término. Confieso que me atrae la acepción más entrañable del término, esa que va íntimamente ligada a adjetivos como bienestar, calidad de vida, cercanía, tranquilidad o comodidad.

Es el otro sentido de la palabra pueblo, ese que vive “por y para el qué dirán”, el que me produce ese desasosiego interno que me obliga, en ocasiones y siempre que puedo, a respirar aire fresco en ciudades donde puedes pasear sin una mirada en el cogote y sin el comentario en voz baja de uno que conoce al primo hermano del tío de tu cuñado y que se permite el lujo de opinar sobre lo que le debería importar una soberana caca (por no decir mierda).

miércoles, 16 de febrero de 2011

MI SECRETO MÁS ÍNTIMO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 17/2/2010)

Si. Lo confieso. Me ha costado mucho, pero al fin me atrevo públicamente a confesarlo. Creo que debo asumir una realidad que, inexorablemente, me persigue sin que pueda hacer nada por evitarlo. Sí, soy un vicioso. Estoy enganchado. Es superior a mis fuerzas. Algo que me supera. Una y otra vez caigo en la tentación, casi a hurtadillas, a sabiendas que, a la postre, me producirá desazón y angustia por haber sucumbido a la tentación.

Pero no puedo remediarlo. El sentimiento de culpa me persigue antes y después de la ingesta de esos productos. Los compro y los consumo los fines de semana. Los introduzco en una bolsita y los llevo a mi casa. Los guardo en el rincón más oculto. En un lugar alto, inaccesible para los niños. Cuando nadie me ve, cuando todos duermen plácidamente, cuando la luna oculta con su sombra la luz de mi pecado, me transformo cual Doctor Jekyll en un auténtico Mister Hyde, y comienzo mi ritual. Todo empieza cuando agarro la bolsita y la miro con inusitada exaltación. Todo el cuerpo tiembla pensado en el efecto que se avecina. Con un ritual casi medido, me siento en el sofá. Miro a mi alrededor. Pienso en lo que me espera y una sensación de bienestar, de pasmoso regocijo, me recorre el cuerpo. Entonces lo abro. El olor que desprende me embriaga y la boca se me hace agua. Cierro los ojos y, tras unos segundos, los vuelvo a abrir. Vuelvo a mirar a diestro y siniestro ante la posibilidad de que alguien pueda verme. Y entonces me llevo uno de ellos a la boca. El paladar comienza a sentir múltiples sensaciones. Los muerdo, los saboreo una y otra vez. Son de todos los colores, sabores y texturas. Pero tienen algo en común que los hacen irresistibles. Respiro hondamente y vuelvo al festín. Finalmente, veo el fondo de la bolsita. Curiosamente, el último es el que sabe mejor. Me chupo los dedos y vuelve a aparecer el sentimiento de culpa. Pero, que me quiten lo bailao.

Sí, lo confieso públicamente. Tengo una adicción irrefrenable a consumir… ¡Golosinas, chuches, gominolas, frutos secos!. Espirales de regaliz, palomitas de maíz, masticables y toffes, ladrillos de fresa, pintalabios, sandías de chicle, caramelos blandos, esponjitas, fresones y moras, pica picas… No lo hago habitualmente. ¡No se vayan a creer!. Pero cuando caigo, la culpa me persigue. Ahora bajo la cabeza y entorno los ojos ante ustedes. No se lo digan a nadie y, por favor, no me lo refieran cuando me vean por la calle. Se me caería la cara de vergüenza. Ahora les dejo. Ya saben mi secreto. Es jueves, mañana viernes y se acerca el fin de semana…

miércoles, 9 de febrero de 2011

GANAS DE TIO


(Artículo publicado en Viva Jerez el 10/2/2010)

Hoy no voy a trabajar. Me quedo en casa. La nochecita que he pasado. Atiborrándome de nolotiles, voltarenes y pomadas. Me pesan los brazos y tengo agujetas hasta en las pestañas. Estoy hecho un cromo. Y todo por culpa de mi hijo. Mejor dicho… por culpa mía. Fue ayer. Estaba con los amigos, de barbacoa y mi hijo me picó para jugar al fútbol. Estaba hasta la colcha de choricitos a la brasa, filetitos de ternera, pan de campo, chuletitas de cerdo y cerveza, mucha cerveza.


¡Venga papá, juega conmigo!. Y ahí estaba yo, desplegando la técnica adquirida durante años. Un toque seco y el balón ascendió hasta botar en mi rodilla, y de ésta al pie derecho y después al izquierdo, y de ahí a la cabeza. Miré de reojo. Todos se asombraban de mi maestría con el esférico. Mi hijo flipaba. Se incorporó uno de ellos y, en menos de un metro cuadrado, le marqué dos regates que le dejé sentado. Aplausos. No cabía en mi cuerpo. Después, un toque con el interior de mi pierna derecha y el balón se coló por la escuadra como un rayo. Más aplausos. Otros amigos más se calentaron y saltaron al campo. Desplegué todas mis habilidades… ¡Durante cinco minutos más!. No podía. Se me salía el corazón por la boca. Tuve que sentarme, abatido. Oí alguna sonrisa burlona a mi espalda. ¿Dónde quedó ese Esteban que jugaba al squash, al tenis, al fútbol?. Aún recordaba esas incursiones por la banda, sorteando jugadores, regates imposibles, rápidos repliegues de vuelta a la defensa. Y allí estaba ahora. Desparramado en la silla. Rendido por la evidencia física. ¡Vamos, papá, juega!. Ni de coña, pensé. Minutos más tarde, me repuse e intenté levantarme. ¡Dios, la espalda, las piernas…!. Parecía que me hubiera atropellado un trolebús. Con esfuerzo acabó el día y cuando llegué a casa caí rendido en la cama.


Total, que me he levantado como he podido y arrastrando las babuchas he llegado al baño. Y aquí estoy, frente al espejo, mirando el reflejo de un gachó en bata, despeinado, con medias barbas, ojeroso, barriguita cervecera y encorvado por el dolor de espalda. ¡Hay que tener ganas de tío!, pensé. Ahora me vuelvo a la cama. A soñar con cualquier tiempo pasado. Cierro los ojos y sonrío al recordar mi recital de ayer. Sí, fueron solo unos minutos de gloria con el balón, pero aún perduran. ¡Qué toques, qué control!. Aún recuerdo el rostro orgulloso de mi hijo al verme… pero también el choteo de todos. En fin, hoy me apunto a un gimnasio. De esos que tienen piscina, spa y sauna y todas esas cosas modernas. Debo recuperar mi apolínea figura… Bueno, mejor voy mañana, que hoy parece como si me hubieran dado una paliza. ¡Que tiemble Chapín, que en dos meses estoy de vuelta a los terrenos de juego!. Lástima que ya haya acabado el plazo para los fichajes de invierno. Que si no…

miércoles, 2 de febrero de 2011

AÑORANZA POLÍTICA

(Articulo publicado en Viva Jerez el 3/2/2010)

Lo recuerdo como si fuera hoy. Las imágenes de la televisión ofrecían una larga cola de personas en blanco y negro pasando junto al féretro del General. “Hoy es un día histórico. Guárdalo en la memoria, porque marcará un antes y un después en España”. Mi padre, que había luchado en la clandestinidad contra el régimen, intentaba transmitirme la importancia de ese día ante el horizonte de esperanza que se abría en nuestro país. Después pasaron muchas cosas. La proclamación del Rey, la democracia, la legalización de los partidos, las primeras elecciones municipales y nacionales… Recuerdo esos momentos con nostalgia. Quizá porque los valores que movían ese instante de transición hayan quedado hoy en algún rincón olvidado del camino. Quizá porque había unas ansias de libertad ahora en entredicho. Quizá porque partiendo del blanco y negro ambicionábamos un color que hoy se ha tornado pálido.


No sé. Lo cierto es que añoro esos días de ilusión en el mañana y la confianza de un grupo de hombres y mujeres en darle la vuelta a un país monocorde. Y evoco la alegría de una clase política que vivía por y para sus siglas, que luchaba por sus ideas. Pero todo cambió. Los largos tentáculos de la tecnocracia se aposentaron rápido en las listas electorales, con recién licenciados que portaban títulos universitarios y que, en muchos casos, veían la política más como una salida laboral que como una oportunidad para trabajar por unas ideas. Y todo se adulteró. Muchos partidos cambiaron parte de sus siglas para llegar mejor al electorado. Y emprendieron un camino que les precipitaba inexorablemente a lo que se ha dado en llamar “centro político”, en el que la izquierda comenzaba a restarle competencias a la derecha y viceversa. Y de una honradez política se pasó al choriceo, a la corrupción. Y de una buena lid en la política y del respeto a las ideas, se pasó al insulto y la descalificación, al todo vale por un puñado de votos y por llegar al poder, a un clima de crispación que los medios informativos se encargan de amplificar para mayor gloria de una denostada clase política que provoca desconfianza y hastío entre la ciudadanía.


Probablemente esta sociedad haya pasado una línea de no retorno y debamos entre todos adaptarnos a las exigencias de esta nueva realidad. Probablemente tengamos que redescubrirla para evitar que siga abierta la brecha entre los ciudadanos y la política. Probablemente, no volverán la ilusión ni la esperanza de la que se hacía gala durante la transición y que añoro especialmente en estos días. Pero algo hay que hacer. Porque me da la sensación que, en este país, hemos empujado con demasiada fuerza para dar un giro de 180 grados y nos hemos pasado de vuelta acercándonos peligrosamente a los 360. Eso de cambiar para que todo siga igual…