miércoles, 29 de diciembre de 2010

LA OFERTA


(Artículo publicado en Viva Jerez el 30/12/2010)

“Por la compra de tres cajas de comida para gatos, una gratis y además una bolsa de viaje de regalo ”. Una buena oferta, pensé. Tendría comida para mis mininos para los próximos tres meses y, además, me regalaban una bolsa que, por lo que v eía en la foto, tenía muy buena pinta. Al carro con ellas. Seguí la compra y me dispuse a pagar en caja. Era domingo, vísperas de fin de año y el Hiper estaba hasta los topes. Observé una caja con sólo tres personas y corrí presto hacia ella. A esperar tocan, me dije armándome de paciencia. La ley de Murphy hizo el resto, ya saben… el producto al que se le ha caído el código de barras y espere usted a que venga la chica de los patines… que si no se puede leer bien la banda magnética de la tarjeta de crédito y a ver si poniéndole una bolsa podemos arreglarlo… que este paquete de guisantes está abierto y espere que vaya por otro… En fin, lo normal.


Tras quince minutos de espera, me llegó el turno. La cajera me fue pasando todos los artículos y me indicó el importe. Un flash de duda me pasó por la cabeza y mi vista se dirigió directamente al precio de la comida para los gatos en el ticket. Efectivamente me había cobrado las tres cajas y de la bolsa de viaje, nada de nada. Señorita, la oferta decía que una de las cajitas era de regalo. Lo siento, no tengo constancia. Oiga, que hay un cartel… Un segundo que llamo a mi compañera. Oiga que tengo croquetas congeladas en el carro, y a ver si… Diez minutos hasta que la chica de los patines llegó a la caja, fue a la sección de comida para gatos, volvió y verificó que yo estaba en lo cierto. Después, otra llamada de confirmación a la caja central, rectificación del ticket, y excusas varias por el error. ¿Todo bien, señor?. Bueno, me falta la bolsa de viaje… Lo siento, no tengo constancia. ¡Otra vez no…!. Señorita, que el cartel lo indica claramente. Pues reclámelo en caja central con el ticket. Me dirijo a ella y saco número: el 145… y va aún por el 110. Y las croquetas en el fondo del carro, descongelándose. Todo sea por la bolsa de viaje. Quince minutos más tarde me atiende una sonriente señorita. ¿Qué desea?. Le explico lo de la oferta y la bolsa de viaje de regalo. No tenemos constancia. Un segundo que pregunto a mis jefes. Otros quince minutos de espera. Que si es una oferta reciente y aún no nos la han comunicado, que si no sabemos si hay bolsas de regalo… Espere a que la chica de los patines compruebe la oferta en la sección de comida para gatos…


Al final, todo aclarado. Apareció la dichosa bolsa y me la entregaron. Cuando la vi no me lo podía creer. Era minúscula, de plástico del malo. En un chino, no pagaría más de un euro por ella. Y allí estaba yo. Con la ridícula bolsa de viaje en la mano y observando en el carro el efecto del agua descongelada de las croquetas en dos de las tres bolsas de comida para los mininos. Suspiré hondo e intenté tranquilizarme apelando al espíritu de la Navidad.

jueves, 23 de diciembre de 2010

LA SEÑORITA

(Articulo publicado en Viva Jerez el 23/12/2010)

No podía creer lo que estaba viendo. Era ella, la señorita Pilar, mi profesora de primero y segundo de EGB. Paseaba despacio por la calle Corredera, asida al brazo de una chica joven que acomodaba sus pasos al andar sereno de aquella anciana que debía rondar los 90 años. El tiempo había hecho mella en su altiva figura, pero aún atesoraba ese porte distinguido que siempre la caracterizó. Me acerqué y la saludé: Señorita Pilar, buenos días. Supongo que no me recuerda pero… ¡Fernández!, me dijo sin que me diera tiempo a terminar la frase. Si, por supuesto que le recuerdo. Ambos sonreímos y, durante un instante, varios segundos tal vez, el tiempo se detuvo.


Escruté en su mirada, y supongo que ella en la mía, el reflejo de un recuerdo común que nos remontaba a finales de los años 60. Anécdotas, vivencias, amigos… Años pretéritos que rezumaban algo de nostalgia y que de repente volvían a la memoria. Intenté vocalizar algo coherente pero no pude. Era tanta la emoción… Tenía un buen recuerdo de la señorita Pilar. Supongo que uno siempre recuerda con agrado a las personas que, de una u otra forma, le acompañaron a descubrir el hechizo de la vida en su más tierna infancia. Y cuarenta años después, doña Pilar estaba frente a mí…y me recordaba. Supongo que fueron miles los niños que pasaron por sus manos durante su etapa docente, y que recuerda de vista a la mayoría, pero reconozco que me caló profundamente que aún recordara mi apellido. Supongo que era momento para preguntarle qué era de su vida, y cómo se encontraba. Y que yo le hubiera explicado a qué me dedicaba, los hijos que tenía y cómo me iba todo. Pero no lo hice. Tampoco ella lo hizo. Creo que ambos seguimos esa máxima que decía “Si no puedes mejorar el silencio, mejor permanece callado”. Al cabo de unos segundos más, nos despedimos deseándonos lo mejor en las fiestas, en el año nuevo y todas esas cosas que se dicen en estas fechas. Le cogí las manos y se las besé cariñosamente, transmitiéndole un agradecimiento que no había sido capaz de hacerle llegar desde mis labios. Ella siguió andando, despacio, mientras yo, quieto en la acera, la observaba cómo se alejaba consciente de que probablemente era la última vez que la vería. Le debía tanto y me daba tanta rabia no haber podido transmitírselo que estuve a punto de salir nuevamente a su encuentro, pero me contuve.


A veces, los pequeños gestos, una mirada de afecto, una sonrisa de complicidad o un simple apretón de manos, son capaces de manifestar más cosas de las que creemos. Con ese consuelo, seguí mi camino, mientras la señorita Pilar seguía el suyo, supongo que con la satisfacción que el maestro atesora del deber cumplido.